Iván Alonso - En el centenario de Ronald <b>Coase</b> - Ideas

Coase es conocido sobre todo por dos art?culos que influyeron enormemente en la ciencia econ?mica: "La naturaleza de la empresa" ("The nature of the firm") y "El problema del coste social". En el primero planteaba una pregunta sencill?sima: ¿por qu? existen las empresas? La bodega que fermenta las uvas es la misma que filtra, a?eja y embotella el vino. ¿Por qu? tiene que estar integrada la cadena de producci?n? Coase postula que existen "costes de transacci?n" en cada operaci?n de compra-venta; es el empe?o por reducirlos sin perder eficiencia en la producci?n lo que configura la organizaci?n empresarial.

En "El problema del coste social", en cambio, desenmara?aba la confusi?n sobre las externalidades o efectos no deseados que ciertas actividades causan a terceros: el humo de la f?brica que ensucia la ropa colgada en los tendales de los vecinos, por ejemplo. Los economistas dec?an: "Cerremos la f?brica". Coase hizo notar que el problema era otro. No existe externalidad sin la f?brica... pero tampoco sin el tendal. Cerrar la f?brica no es necesariamente lo que m?s valor genera a la comunidad. Quiz?s sea mejor que se muden los vecinos.

¿Qu? impide que la f?brica llegue a un acuerdo con ellos? Primero, que ni ?stos ni aqu?lla tienen un derecho de propiedad establecido sobre las corrientes de aire que arrastran el humo hasta los tendales. Segundo, que el coste de negociar un acuerdo puede ser prohibitivo. La ley, los tribunales y la regulaci?n resuelven el problema delimitando derechos e imponiendo multas, pero esta soluci?n puede no ser la mejor desde el punto de vista econ?mico.

Las externalidades son una de las llamadas fallas del mercado, junto con el monopolio natural y los bienes p?blicos. En un art?culo de 1946, Coase demostraba que aun si las econom?as de escala determinan que un solo productor abastezca a todo el mercado, no se sigue que el monopolio natural haya de ser estatalizado o subsidiado para que su volumen de producci?n sea econ?micamente eficiente. En 1974 rastre? la historia de los faros brit?nicos, que fueron construidos y mantenidos por asociaciones privadas de navegantes. Los faros son, s?, ejemplos cl?sicos de bienes p?blicos.

Mi apreciaci?n personal del legado de Ronald Coase puede resumirse as?: no existen las fallas del mercado; lo que existe son las fallas de los economistas a la hora de entender c?mo el mercado puede asignar eficientemente los recursos productivos, aun en situaciones m?s complejas que las simples transacciones de compra-venta de las que se ocupan los libros de texto.

© El Cato

IV?N ALONSO, miembro de la Mont Pelerin Society.


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Capital Social en Chile – Redacción, revista digital, cultura <b>...</b>

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Cooperación, reciprocidad y confianza: las bases fundamentales del capital social

Visión institucionalista, por Claudio Fuentes*

El concepto de capital social (CS) ha sido foco de creación teórica, discusión y elemento de políticas públicas en nuestro país: Programa Chile Solidario, Programa Puente, seguridad pública, desarrollo rural, empoderamiento, voluntariado, entre otros.

La noción de CS, independientemente de sus diversas conceptualizaciones, entraña dos elementos fundamentales:

- Posesión de un recurso intangible, movilización y/o acceso a él por parte de un grupo.
- Posesión de una red de relaciones sociales a nivel individual.

El capital social, entendido como una institución informal desde la perspectiva de Douglass North, propicia que las personas al relacionarse y participar de una misma organización, reduzcan sus costos de transacción (CT), que son los costos de medir y de hacer cumplir los acuerdos. El capital social permite que disminuyan las asimetrías de información entre los miembros de una organización, la información o acceso a ésta es menos costosa en términos de intercambios y recursos, y permite compartir un modelo menos subjetivo de explicación del entorno y posibilita mayormente el cumplimiento de los acuerdos suscritos.

Elementos comunes del capital social:
Las limitaciones informales como las normas, códigos de conducta, valores y/o creencias, deben posibilitar las relaciones basadas en la cooperación, reciprocidad y confianza, desde el capital social.

Cooperación
La cooperación es la acción complementaria orientada al logro de objetivos compartidos de una actividad en común.

Dado que la cooperación, en un marco de teoría de juego, se alcanza por jugadas repetidas entre actores, revela que el compartir ciertos códigos, normas y creencias, reducen los CT, puesto que el poseer información simétrica y el compartir modelos de la realidad comunes, fomentan a que los jugadores tengan bajos CT por la reducción de la incertidumbre de su entorno y de sus acciones.

La existencia de un tercero en las relaciones de intercambio o interacción, actúa como un mecanismo o procedimiento regulador que permite a los otros jugadores desenvolverse a bajos CT, dado que la provisión de información valiosa en un formato de adquisición no costoso y la facultad de hacer cumplir los acuerdos del tercer individuo, facilita la maximización de la función de utilidad de los otros actores.

Reciprocidad
La reciprocidad ha sido concebida como el principio rector de una lógica de interacción ajena a la lógica del mercado, que supone intercambios basados en obsequios y en una correspondencia mutua entre los actores.

El pertenecer a un grupo permite que, en su seno, se compartan ciertos aspectos generados por los denominados compromisos creíbles. Los compromisos creíbles son una promesa, un convenio, una garantía o una fianza para comportarse de una manera determinada.

La posibilidad de comprometerse de los individuos pertenecientes a una organización, está relacionada con el efecto de las normas de reciprocidad (NR), las que se generan por las acciones repetidas entre los miembros de un grupo.

Las NR son parte de los elementos fundacionales de las relaciones de cooperación al interior de los grupos, puesto que las acciones que fomentan la cooperación cuando uno de los integrantes del grupo lo necesita, posibilita que éstas (NR) actúen como incentivos e inversiones futuras que se materializan en compromisos que se vuelven creíbles a lo largo del tiempo en la vida de las organizaciones.

Confianza
La confianza es consecuencia de la repetición de interacciones con otras personas que, de acuerdo a la experiencia, responderán con un acto de generosidad, fortaleciendo así un vínculo que combina la aceptación del riesgo con un sentimiento de afecto o identidad ampliada.

Las NR, a futuro, posibilitarán lazos de confianza siempre cuando los acuerdos se cumplan y generen credibilidad, los cuales reducirán los costos de transacción en futuros intercambios entre sus miembros.

Los compromisos creíbles motivacionales promueven reciprocidad y confianza entre los individuos al interior de sus grupos constituyentes, en la medida que los lazos se van fortaleciendo por las expectativas cumplidas producto de acciones repetidas y por la cooperación que se suscita en los lazos fundacionales de las organizaciones.

La situación de los individuos al enfrentarse al cumplimiento de sus compromisos, estructura el campo de acción de éstos y restringen su discrecionalidad.

La reputación o credibilidad de los compromisos cumplidos, posibilita la reducción de la incertidumbre ante la cual chocan los individuos y las organizaciones.

En la medida que los arreglos informales se densifiquen y perpetúen en el tiempo, permiten que los compromisos creíbles motivacionales sean medios para reducir los costos de transacción de los individuos y de las organizaciones que componen.

Para recapitular a la luz de lo expuesto, el capital social es una institución informal dotada de elementos que posibilitan la reducción de los costos de transacción de los miembros de organizaciones, derivadas éstas de marcos institucionales determinados.

Finalmente, el capital social contiene recursos o activos que permiten ampliar las oportunidades de las personas y estructurar sus comportamientos, en la medida que los miembros de una organización posean cooperación, reciprocidad y confianza entre ellos, junto al cumplimiento de los compromisos acordados.

*Administrador Público, Uiversidad de Chile.

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Franquicias: redes y relaciones empresariales para el desarrollo <b>...</b>

RESUMEN:

Esta investigación refleja el estado de las franquicias como redes empresariales, las relaciones existentes o derivadas entre los distintos actores en el marco del desarrollo productivo. Entre los resultados destaca el papel de la iniciativa empresarial en el proceso de innovación como consecuencia de las relaciones contractuales, cooperación, coordinación e intercambio de información entre los actores involucrados. Argumentamos que las franquicias han potenciado las capacidades de aprendizaje e innovación, la reproducción de iniciativas empresariales exitosas y la conformación de redes empresariales, sociales y personales, contribuyendo a la generación de empleos, ingresos y riquezas en actividades productivas formales.

ABSTRACT:

This paper presents the state about franchising like enterpreneurial network and the existent or by product of relations among actors, in the productive development context. As a result emphasize the role of enterpreneurship in innovation process, consequence of contractual relations, cooperation, coordination and exchange of information among involved actors. We argue that franchising has empowered the capability of learning and innovation, reproduction of successful enterprise initiatives and creation of enterprise, social and personal networks. Franchising contributes to the generation of employment, incomes and wealth in formal productive activities.

Introducción

AsturTrade impulsa en EEUU las iniciativas sustentadas sobre la base del progreso técnico, donde la creación de conocimientos adquiere el rol de “fuerza motriz” del desarrollo económico y la apropiación de tales conocimientos es de especial interés como fuente de poder de mercado y competitividad.

Adicionalmente, la influencia de la globalización y los avances en tecnologías de información y comunicaciones han dado lugar a nuevas estructuras productivas y nuevas expresiones del fenómeno de la empresarialidad (“enterpreneurship”), cuya dinámica puede visualizarse en torno a la interacción entre las innovaciones (en un sentido amplio), y las complementariedades entre empresas y sectores productivos, permitiendo lograr mayores niveles de eficiencia, productividad y competitividad.

Una de las distintas expresiones de tal transformación en las empresas, se encuentra en las franquicias, las cuales han logrado experimentar una evolución importante en distintas partes del mundo, especialmente a partir de los años noventa, entre otras razones por los beneficios que aportan en términos de disminución de riesgo al fracaso de las nuevas iniciativas empresariales no probadas, pues cuentan con asesoría, financiamiento, gerencia, mercadeo, logística, acceso a capacidad de innovación en bienes y servicios, fundamentalmente proporcionadas por las empresas franquiciantes a través del entrenamiento y acompañamiento permanente de sus franquiciados, permitiendo la generación de empleos y, de alguna manera, superar las debilidades de las redes de contacto.

En este contexto, surge el interés por investigar acerca del estado del sistemas de franquicias como redes empresariales y las relaciones existentes o derivadas entre los distintos actores, en el marco del desarrollo productivo, a través de un estudio exploratorio de diseño documental.

Este artículo se basa en información proveniente de fuentes secundarias, estudios, registros y publicaciones existentes, tomando en consideración las complejidades e interrelaciones derivadas de la multiplicidad de participantes, las condiciones de cooperación o asociación entre actores (franquiciantes, franquiciados, trabajadores, clientes, proveedores, competidores, familiares, instituciones, universidades, etc.) en la búsqueda de nuevas posibilidades para así lograr niveles de competitividad capaces de garantizar el éxito de toda la red en el mercado sobre la base de la innovación.

Redes y franquicias

Las redes han constituido objeto de estudio por distintos autores, que desde diferentes perspectivas del desarrollo (desarrollo productivo, desarrollo local, desarrollo endógeno, entre otros), han hecho aportes dirigidos a su conceptualización, clasificación e identificación de su importancia. De allí que a continuación se haga una revisión de algunos de sus planteamientos, con la finalidad enriquecer la visión de la franquicia y de los empresarios participantes en este tipo de negocios, pues son las redes justamente la forma fundamental en la cual están organizadas, dando origen a múltiples relaciones, tanto internas como externas, que constituyen su fortaleza o su debilidad, dependiendo de la forma de dirigirlas y canalizarlas en beneficio de todos los interesados, especialmente en materia de innovación.

Redes y Relaciones

Enmarcado originalmente en el enfoque schumpeteriano de la “destrucción creadora” y en una explicación diferente sobre las ondas largas del desarrollo económico, Carlota Pérez (1983, citada por Freeman, 1993) plantea un cambio de paradigma en el cual el rol de la tecnología es la base de la generación de riqueza, teniendo como escenario el sector productivo, basado en las grandes innovaciones de carácter genérico, capaces de afectar la tecnología óptima de todos los sectores productivos.

“Para que el conocimiento se convierta en fuente de aumento de la calidad de vida hay que convertirlo en innovación productiva” (Pérez, 2000b), haciéndose necesaria una transformación del patrón tecnológico y organizativo, en las herramientas y en los modos de hacer las cosas, cuyo aprovechamiento exige adoptar una nueva lógica (Pérez, op. cit.; Freeman, op. cit.; Freeman, Soete, 1997), que permita lograr mayores niveles de eficiencia, productividad y competitividad, donde la mejora continua, la creatividad y la innovación constantes hacen del cambio técnico parte de la cotidianidad de las empresas, dando paso a las redes flexibles en organizaciones achatadas (Pérez, 2000b; Vázquez, 1999). En otras palabras, “hay una transformación en la empresa” que ha hecho posible su funcionamiento como una empresa en red, donde cada empresa se convierte, “en un punto de reunión de un cierto número de desarrollos tecnológicos que hay que seleccionar y mejorar” en el proceso de gestión de innovación (Escorsa, Valls, 2000: 42).

En este sentido, Vázquez (1999: 98) define la red como “el sistema de relaciones y/o contactos que vinculan a las empresas/actores entre sí, cuyo contenido puede referirse a bienes materiales, información o tecnología”. También cita a Camagni (1991) quien la precisa en términos de “un conjunto de vinculaciones seleccionadas y explícitas de una empresa con socios preferenciales, en el ámbito de activos complementarios y de relaciones de mercado, que se ha establecido con el objetivo principal de reducir las incertidumbres estáticas y dinámicas” y, en términos de la actividad económica, refiere a Malecki y Tootle (1996) en razón “…de relaciones entre empresas o empresarios que permiten el intercambio de bienes y servicios o de aquellas informaciones que incorporan conocimientos”.

Estas relaciones entre las empresas se caracterizan por normas de gobierno relacionales (Dwyer et. al. 1987, citados por Bordonaba, Polo, 2003), que reflejan comportamientos aceptables entre los miembros del intercambio, las cuales tienen naturaleza multidimensional y sobre cuyos comportamientos los autores tienen enfoques diversos, entre los que se cuentan:

• Macneil (1980) quien propuso la integridad en la función, la armonización de los conflictos, la preservación de la relación y las normas supracontractuales, como los comportamientos más significativos,

• Heide y John (1990) plantean que las acciones conjuntas, la continuidad y la verificación, son las normas relacionales más explicativas en los mercados industriales, caracterizando sus actividades principales a través de su forma cooperativa y coordinada. Posteriormente, en 1992, propusieron que la naturaleza multidimensional se debe a su relación con diversas clases de comportamientos, profundizando en tres de ellos: flexibilidad, solidaridad e intercambio de información,

• Lusch y Brown (1996) identifican como normas apropiadas para las relaciones entre mayoristas y distribuidores con sus proveedores al intercambio de información, la flexibilidad para adaptarse a los cambios inesperados en la oferta o en la demanda, y el comportamiento solidario con sus proveedores,

• Dant y Schul (1992), Paswan et. al. (1998) y Li (1998) también profundizaron en la solidaridad, la integridad de funciones y la mutualidad,

• Noordewier et. al. (1990) analizaron cinco dimensiones de las normas relacionales en los mercados industriales: flexibilidad, asistencia, intercambio de información, control y expectativa de continuidad,

• Crosby et. al. (1990), proponen que el comportamiento relacional se mide por la intensidad de la comunicación entre las partes, por la cantidad de información confidencial intercambiada y por la cooperación entre ellos,

• Zaheer y Venkatraman (1995) presentan como normas que gobiernan las relaciones entre empresas del sector servicios, su estructura y su proceso de desarrollo y mantenimiento (referido a las actividades que realizan conjuntamente las partes, para proteger sus activos específicos del oportunismo, al centrar su interés en futuros intercambios) (todos citados por Dandrige, Falbe, 1994).

• Grabher (1993) (citado por Vázquez, op. cit.), identifica como rasgos característicos de las relaciones entre empresas y actores: la reciprocidad en la red, las relaciones de interdependencia, el sistema de interconexiones múltiples, de respuestas y reacciones de las empresas y actores y el conjunto de vínculos débiles cuya interrelación imprime fortaleza a la red apoyándose en el acceso a la información, el aprendizaje interactivo y la difusión de la innovación.

Desde otro punto de vista, Monsted (1995) citado por Vázquez (1999) plantea que las relaciones pueden ser formales (explícitas) obedeciendo a decisiones que persiguen objetivos estratégicos de las personas u organizaciones, como bancos o empresas de servicios, referidas a transacciones comerciales (proveedores y clientes relacionados con intercambio de bienes y servicios) o a relaciones técnicas basadas en el intercambio de información codificada sobre aplicaciones tecnológicas o innovaciones en productos, procesos, organización y mercado. También pueden ser informales (tácitas y espontáneas), asociadas a contactos personales de carácter casual entre actores y empresas (familiares, amigos, compañeros o antiguos empleados).

Estas relaciones, o cooperación en términos de Fernández (citado por Escorsa, Valls, 2000), entre los distintos involucrados implica compartir parte de sus capacidades y/o recursos, sin llegar a fusionarse, instaurando un cierto grado de interrelación. De allí que al hablar de tales recursos se incluyen: capital (ya sea en forma de “royalties” o acciones), tecnología de productos (en forma de patentes, diseños, resultados y capacidad de investigación), capacidad de producción (“know how”), ventas y redes de comercialización, captación de oportunidades y acceso a la información.
Se trata de la coincidencia entre los planteamientos hechos por Porter (1991), Esteban Fernández (1991), Vázquez (1999), Ocampo (2000) y otros, donde se resalta la importancia de las sinergias entre empresas productivas y entre ellas y otras organizaciones, consumidores e instituciones de apoyo, las cuales adquieren una relevancia muy particular en el caso de los sistemas de franquicia, permitiendo reducir los costos de transacción y los riesgos de una actividad particular gracias a las mejoras de los canales de comunicación y coordinación, induciendo las externalidades dinámicas derivadas del aprendizaje por interacción, que contribuyen a incrementar la capacidad innovadora para desarrollar su competitividad.

Clasificación de las Redes

Dado que las redes pueden ser de naturaleza muy diversa, es conveniente caracterizarlas en función del tipo de relaciones que se establecen entre las empresas y los actores, especialmente, tomando en consideración el fenómeno de la empresarialidad. En tal sentido, se emplean como base las redes de contacto consideradas por Kantis et. al. (2002), así como los planteamientos de Johannisson y Nilsson (1989), Malecki (1991), Brown y Butler (1993), Johannisson (1987 y 1995), Hakansson y Johanson (1993), Monsted (1995), Malecki y Tootle (1996), citados por Vázquez (1999), Johannisson (2002) y Escorsa y Valls (2000), a partir de los cuales la autora ha realizado un intento de integración para esbozar la siguiente clasificación de las redes:

Redes personales (o sociales): corresponden a las interrelaciones del emprendedor con su entorno social más próximo, proporcionándole la información y, eventualmente, los recursos necesarios para el surgimiento e iniciación de una empresa, facilitan los intercambios de bienes y conocimiento en los sistemas productivos locales. Involucran parientes, amigos, conocidos, colegas, contactos con otros empresarios de pymes y ejecutivos de grandes empresas.

Redes empresariales: según Hakansson y Johanson (1993) citado por Vázquez (1999: 99), están formadas por: actores (empresas que según Hakansson y Johanson están localizadas en un territorio, lo cual es cierto en el caso de los distritos industriales, pero en el caso de las redes empresariales no es un requisito obligatorio), recursos (humanos, naturales, infraestructuras), actividades económicas (de carácter productivo, comercial, técnico, financiero, asistencial) y sus relaciones (interdependencia e intercambios). Son requeridas por las empresas para transformar determinados recursos en productos o servicios destinados a satisfacer necesidades humanas (Kantis et. al., 2002), proporcionan información sobre negocios, asesoramiento técnico, recursos financieros y materiales, e incluso permiten formar alianzas estratégicas contra empresas o grupos rivales.

Las interacciones entre empresas y actores que forman la red se generan con el fin de apuntalar las actividades de ellas en procura del beneficio de las partes involucradas, donde el sistema de relaciones económicas dentro de la red se basa en el conocimiento de unos actores acerca de los otros y en la confianza mutua existente entre ellos (Vázquez, 1999: 100). Estas redes industriales o de empresas se pueden subdividir en:

Redes comerciales: permiten potenciar las capacidades tecnológicas de las empresas a través del aprendizaje directo de los clientes y proveedores, buscando nuevas tecnologías y utilizando los conocimientos de las empresas con las que se relacionan (Malecki, Tootle, 1996, citados por Vázquez, op. cit.).

Alianzas estratégicas: están formadas por empresas de tipo muy diverso, cada una de las cuales se propone alcanzar objetivos específicos. Pueden darse alianzas entre grandes empresas que normalmente compiten en los mismos mercados (mediante “joint venture”), entre pequeñas empresas o entre grandes y pequeñas empresas con dinámicas productivas complementarias, afectando también a las empresas subcontratistas (Vázquez, op. cit.).

Las redes estratégicas hacen más eficientes a las empresas y al sistema productivo, les permiten obtener economías de escala en la producción, en la investigación y desarrollo de productos y la comercialización, diferenciar la producción, reducir los costos de producción de tecnologías, controlar los procesos de creación y difusión de las innovaciones, transformar la organización de la producción necesaria para crear nuevas capacidades de innovación, logrando adquirir ventajas competitivas que les permite mejorar la rentabilidad y ampliar sus cuotas de participación en los mercados.

De producción: subcontratistas, entidades financieras, consultores de servicios, “outsourcing”, entre otros.

De empresas centradas: basadas especialmente en la relación proveedor/cliente, estableciendo relaciones no jerárquicas de colaboración entre una empresa núcleo y una constelación de empresas colaboradoras a su alrededor (Escorsa, Valls, 2000: 241). En este caso, es posible ubicar las redes de franquicias, donde la empresa núcleo estaría representada por la empresa franquiciante y las colaboradoras por las franquicias o unidades franquiciadas, sin que por ello se excluya la posibilidad de establecer relaciones y redes complementarias que le permitan la obtención de bienes, servicios, conocimientos y tecnologías dirigidas a beneficiar la posición competitiva de todo el sistema de franquicias.

Redes institucionales: representadas por instituciones públicas (Estado) y privadas, cámaras, universidades, centros e institutos de investigación, organizaciones internacionales, entre otros.

Entorno: abarca a la sociedad en general, asociaciones civiles, medio ambiente, entre otros.

La relevancia de las interrelaciones de los emprendedores en las distintas redes está dada en términos de la obtención de los recursos, entendidos éstos en un sentido amplio, incluyendo recursos económicos y no económicos, las posibilidades de lograr economías de escala, reducción de los costos de transacción, acceso a información, aumento de la productividad y competitividad de las organizaciones en el mercado, adquiriendo especial connotación en los sistemas de franquicia.

Redes en los Sistemas de Franquicia

Las franquicias constituyen organizaciones en red que, a su vez, mantienen y fomentan relaciones con proveedores, sistemas financieros, clientes, competidores, familiares, amigos, entre otros, durante el diario desenvolvimiento de sus actividades, de las cuales obtienen diferentes recursos. De allí la necesidad de profundizar en las mismas con el fin de lograr una visión global sobre su importancia y capacidad.

Organización interna de las redes de franquicias

En términos generales, los estudios sobre las organizaciones y, en especial, de las franquicias (Lewin, 1997, Bordonaba, Polo, 2003, Dandridge, Falbe, 1994, López, 2000a) llevan a iniciar la discusión con los planteamientos de Williamson (1983 y 1989), quien describe tres formas de organizaciones, a saber: de mercado, jerárquica e híbrida. Esta última se caracteriza por acuerdos contractuales complejos, donde parte de las decisiones están centralizadas, mientras que otras se dejan en manos de las personas con acceso directo a la información relevante. Así, es posible identificar los diseños básicos de franquicias (de “marca registrada” y “formato de negocios”) con tales acuerdos, estructurados con el potencial de capturar la adaptibilidad de las organizaciones de mercado y la consistencia de la jerárquica (Dandridge, Falbe, op. cit.).

Hoffman y Preble (2003: 188) señalan que organizacionalmente las franquicias representan una alianza colaborativa, la cual depende de la cooperación de dos empresarios (franquiciante y franquiciado) con el objetivo de ser exitosos. Aún más importante, estos socios dependen de la colaboración a través de una red de empresarios tanto para mejorar los métodos y alcanzar las metas comunes, como compartir la información acerca de innovaciones que potencialmente podrían beneficiar a todos los involucrados.
El franquiciador y el franquiciado son empresas jurídicamente independientes, entre quienes existen relaciones definidas a través de contratos que se pueden celebrar de manera individual entre ellos y bajo la figura de franquicias maestras o “master” (franquiciados, subfranquiciados y responsables de desarrollo de área) (ver figura Nº 1), siendo esta última empleada frecuentemente para expandirse fuera del país de origen (Bradach, 1995 y Kaufmann, Kim, 1995, citados por López, 2000b). También se puede dar la conformación de franquicias asociativas en las cuales el franquiciado y franquiciante son copropietarios de las operaciones en el territorio del franquiciado, compartiendo los riesgos y los beneficios de acuerdo con los parámetros establecidos en el contrato (Osta, 2004a; Dandridge, Falbe, op. cit.).

Las franquicias de formato de negocio suelen presentar una estructura combinada, constituida por centros de gran dimensión o sedes principales, propiedad del franquiciador, en los cuales se realizan operaciones sujetas a economías de escala, y otros centros que conforman los establecimientos, unos franquiciados y otros propiedad de la empresa, cuya función es la venta de los productos o prestación de servicios y atención al público (López, op. cit., Coelho, 2006).

Desde el punto de vista de las relaciones entre los involucrados, se tiene que entre los responsables o encargados de los establecimientos propios y los franquiciantes existen relaciones laborales o de trabajo en las cuales se puede emplear la autoridad (jerárquicas), mientras que con los franquiciados se definen en los contratos mercantiles y las relaciones suelen estar basadas en la persuasión (Bradach, 1998:33, citado por López, op. cit.; Osta, 2004b).

En cuanto a las posibilidades de complementariedad entre ambos tipos de establecimientos, los franquiciados pueden informar sobre procedimientos operativos, reconocer necesidades del consumidor, detectar acciones de los competidores, sugerir ideas sobre actividades de mercadeo y nuevos productos participando activamente en su desarrollo y, en el caso los establecimientos en propiedad, suministrar información para negociar con los franquiciados eficientemente, servir de centro piloto para la formación de éstos y como laboratorio de prueba para las innovaciones propuestas, permitiéndole al sistema global alcanzar una eficiencia dinámica producto de la sinergia que se genera como consecuencia de las complementariedades en actividades operativas, de mercadeo, investigación y desarrollo, entre otras (Bradach, Eccles, 1989, citado por López, 2000b; Lewin, 1997; Love, 2004).

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Otras organizaciones y asociaciones internas en las franquicias Adicionalmente a la estructura formal como se organice la red de un franquiciante (incluyendo establecimientos propios y franquiciados), se han originado otros tipos de organizaciones y asociaciones internas a la cadena a medida que su tamaño va adquiriendo mayores dimensiones. Generalmente, sus fines están relacionados con aumentar la participación en la administración de los fondos de publicidad y el fortalecimiento del poder de negociación de los franquiciados frente a los proveedores, canalizar las iniciativas e ideas surgidas entre sus miembros, ayudar en la resolución de problemas y conflictos o, sencillamente, de carácter netamente reivindicativos. Entre estas organizaciones se cuentan:

Consejos Asesores de Franquicia (Franchise Advisory Councils, FAC): según Dandridge y Falbe (1994), el establecimiento de estos consejos, también llamados consejos de redes (en el caso de MRW en España, se denomina Comité de Ética y Arbitraje) (Tormo, 2002), es una iniciativa del franquiciante para evitar la aparición de organizaciones independientes. Están formados por un pequeño grupo de franquiciados, los cuales pueden ser electos o seleccionados por el franquiciante, quienes se reúnen con representantes de la sede principal para discutir y proveer asesoría sobre asuntos de importancia para todos los franquiciados, facilitando la comunicación y el mantenimiento o restauración de relaciones amigables entre franquiciante y franquiciados, permitiendo mayor flexibilidad, cooperación y participación en la toma de decisiones del sistema.

Cooperativas de franquiciados: surgen como respuesta a la búsqueda de satisfacción de necesidades colectivas de los franquiciados de la red, a través de la constitución de cooperativas regionales y nacionales, con el fin de fortalecer su posición ante el franquiciante o proveedores. En este caso se encuentran los ejemplos de las cooperativas regionales de operadores de McDonald’s quienes centralizaron las decisiones de compra, así como las cooperativas que se encargan de administrar los fondos regionales y nacional de publicidad (Love, op. cit.).

Asociaciones y actividades adversarias: éstas surgen en forma independiente por parte de los franquiciados, como una expresión de insatisfacción con el sistema, ya sea por falta de acceso y apoyo para sus iniciativas o debido a la percepción de una escasa iniciativa del franquiciador. Entre sus manifestaciones se incluyen: el rechazo a seguir las pautas establecidas por el sistema de franquicia, la retención de los pagos de “royalties”, la separación legal del sistema, la realización de compras fuera del sistema, demandas judiciales, entre otras (Dandridge, Falbe, op. cit., Love, 2004).

El conjunto de tales organizaciones permiten dotar a las franquicias de una mayor flexibilidad y cooperación (Dandridge, Falbe, op. cit.), facilitando los canales de comunicación y la participación activa de los involucrados, con el fin de lograr la coexistencia de la autonomía del franquiciado y el control del franquiciante, así como la tensión resultante, rasgo central del conflicto y efectividad potencial de las franquicias.

Organizaciones y redes externas a los sistemas de franquicia

Más allá de la forma híbrida como se estructura la red y de las demás organizaciones producto de la misma dinámica interna del sistema de franquicias, existen otras empresas, instituciones, proveedores, asociaciones, clientes, individuos, etc., los cuales conforman un conjunto de redes y relaciones que le permiten a franquiciantes y franquiciados obtener tanto recursos económicos como no económicos (información, conocimiento, experiencia, tecnología, entre otros).

Aquí se ubican las redes personales o sociales (familiares, amigos, empresarios de pymes, amigos, entre otros), redes comerciales (por un lado, proveedores de productos y servicios, consultores, sistema financiero y, por el otro, clientes), alianzas estratégicas, “joint venture” y de producción, tal como plantean diversos autores (Chieng, 1999; Love, 2004; Tormo, 2002; Barbadillo, 1999; Raab, Matusky, 2002, entre otros).

Adicionalmente, se encuentran las redes institucionales, representadas por instituciones públicas (Estado) y privadas, cámaras y asociaciones de franquicias (nacionales e internacionales), cámaras de comercio e industriales, asociaciones de franquiciados existentes en algunos países, universidades, centros e institutos de investigación, organismos internacionales, entre otros, y por supuesto, el entorno y la sociedad en general, medio ambiente, etc. (Love, 2004; Tormo, 2002; Barbadillo, 1999; Raab, Matusky, op. cit., y otros).

Relaciones en Redes de Franquicias Para tratar de esbozar algunos aspectos de las relaciones en las redes de franquicia, es necesario indicar no sólo su carácter contractual al referirse a franquiciante y franquiciados, y a su carácter laboral entre éstos y sus respectivos trabajadores.

También es importante destacar aquellos aspectos que hacen posible la complementariedad entre la homogeneidad y apego a los patrones definidos a través de los contratos y la innovación necesaria para lograr su adaptación a la dinámica de los mercados. Un sistema de franquicia es eficiente precisamente cuando la iniciativa empresarial es importante, haciéndose necesario encontrar un balance entre la consistencia y la autonomía, con el fin de desarrollar las sinergias que le permitan gerenciar las complejidades y potenciar la cooperación inherentes al proceso de innovación, indispensables para participar exitosamente en ambientes cada vez más competitivos (Lewin, 1997; Tormo, 2002; Raab, Matusky, 2002).

De allí que Bradach (1998, citado por López, 2000b) plantee que la lógica de estas redes sólo se puede entender como un conjunto y no una mera suma de contratos individuales. Así existen enfoques que explican las relaciones a través de la satisfacción que de ellas se desprende, desde una perspectiva económica (López, Lewin, Bradach), mientras otros autores se ubican en una no económica, en términos psicológicos (Anderson, Narus, 1984; Crosby et. al., 1990; Mohr et. al., 1996; todos citados por Bordonaba, Polo, 2003).

Desde esta última perspectiva, Bordonaba y Polo (op. cit.) encontraron en las franquicias españolas que la cooperación y la coordinación entre el franquiciador y sus franquiciados en la toma de decisiones sobre estrategias de mercadeo, la información proporcionada por los franquiciados (en forma oportuna, apropiada y relevante) y el comportamiento solidario del franquiciador con sus franquiciados, facilitan la convergencia de intereses y el logro de objetivos mutuos, disminuyen el riesgo ante comportamientos oportunistas, fortalecen los vínculos entre los miembros y el franquiciador dará señales de que quiere la continuidad de su relación; por lo tanto, intentará resolver conjuntamente sus problemas individuales y comunes, corroborando los elementos básicos inmersos en la definición de los sistemas de franquicias como una relación a largo plazo, caracterizada por la comunicación y la cooperación entre las partes.

La iniciativa empresarial involucra la conformación de un grupo de personas con destrezas y talentos complementarios, que sientan una oportunidad (donde otros ven caos, contradicción y confusión), y la posibilidad de encontrar, dirigir y controlar recursos (frecuentemente propiedad de otros) para seguir la oportunidad (Timmons, 1994). “Un sistema de franquicias le permite compartir los talentos y las energías de un grupo de personas dispares y competentes: un recurso y una ventaja estratégica que una compañía nunca podría tener por sí sola” (Raab, Matusky, 2002: 113).

Conclusiones

A través de los años las franquicias han evidenciado su capacidad para canalizar la iniciativa empresarial en las distintas latitudes, representando una oportunidad para los pequeños empresarios de competir con las grandes compañías, disminuyendo el impacto negativo de algunos factores como el acceso al financiamiento, la identificación de las oportunidades de mercado, las competencias del empresario en el área gerencial, mercadeo y gestión de las empresas, el acceso a la información acerca del “know how” y el “know who”, y las debilidades de las redes de contacto.

Las relaciones en las redes de franquicia tienen su origen en su carácter contractual; sin embargo, la posibilidad de desarrollar la sinergia necesaria para alcanzar la eficiencia dinámica sólo puede alcanzarse a través del balance entre la consistencia y la autonomía, basada en relaciones no sólo económicas sino psicológicas o de carácter subjetivo, donde la cooperación y la coordinación entre el franquiciador y sus franquiciados en la toma de decisiones sobre estrategias de mercadeo, el intercambio de información y el comportamiento solidario, faciliten la convergencia de intereses y el logro de objetivos mutuos, disminuyan el riesgo ante comportamientos oportunistas, fortalezcan los vínculos entre los miembros y potencien el proceso de innovación.

Más allá de la dinámica y organizaciones internas del sistema de franquicias, existen otras empresas, instituciones públicas (Estado) y privadas, cámaras y asociaciones de franquicias (nacionales e internacionales), cámaras de comercio e industriales, asociaciones de franquiciados, universidades, centros e institutos de investigación, organismos internacionales, proveedores, asociaciones, clientes, individuos, entre otros, y por supuesto, el entorno y la sociedad en general, medio ambiente, los cuales conforman un conjunto de redes y relaciones que le permiten a franquiciantes y franquiciados obtener tanto recursos económicos como no económicos (información, conocimiento, experiencia, tecnología, entre otros), todos aprovechables durante el proceso de creación y desarrollo de las franquicias.

En tal sentido, argumentamos que las franquicias han potenciado las capacidades de aprendizaje e innovación, la reproducción de iniciativas empresariales exitosas y la conformación de redes empresariales, sociales y personales, que contribuyen con la generación de empleos, ingresos y riquezas a través del impulso de actividades productivas formales.

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Sobre Douglass North y el papel de las instituciones « Procesos de <b>...</b>

Me preguntaba López en el anterior post, a raíz de mi alusión al marco institucional, sobre la Nueva Economía Institucional, por lo que he considerado oportuno rescatar un texto comentario del primer capítulo del libro de Douglass North Institutions, Institutional Change and Economic Performance.

———-

Esta lectura  se adentra, de manera muy introductoria, en los problemas básicos de la teoría social en general, y de la economía en particular. Su enfoque evolutivo e institucional me parece muy atractivo para analizar los complejos fenómenos sociales. Lejos de concentrarnos en un estrecho concepto de “lo económico”, es más fructífero llevar a cabo un análisis multi-disciplinar, ya que la economía no se entiende más que dentro de un sistema social determinado, es decir, inserto en un conjunto de normas y subsistemas sociales, como el político.

Los objetivos de North con este texto, que a su vez sirve de introducción para su obra “Instituciones, cambio institucional y desempeño económico”, son de diversos tipos. El primero es el de proporcionar el marco analítico básico que integre el análisis institucional en la economía política y la historia económica. De aquí se deduce que el autor piensa que el papel de las instituciones, y el cambio institucional, son variables clave en el desempeño económico, por lo que hay que establecer un aparato teórico para examinar estas cuestiones dentro de la disciplina teórica e histórica de la economía. Además, sostiene North, acertadamente en mi opinión, que para integrar las instituciones en el análisis económico, es necesaria una revisión de gran parte de la teoría social básica y de la economía, en su vertiente neoclásica, paradigma dominante en la actualidad.

Pero como es lógico, su marco analítico persigue explicar mejor una realidad determinada. En el caso de North, así como en el caso de muchos economistas especializados en el desarrollo y crecimiento económico, su objetivo es el de lograr una comprensión adecuada acerca del desempeño diferencial de las economías a lo largo del tiempo. Para ello, en el caso de economías estancadas a largo plazo, será necesario explicar porqué persisten instituciones ineficientes, a pesar de que de acuerdo a ciertas teorías (Alchian), éstas deberían ser reemplazadas por otras más eficientes.

Éstos son los ambiciosos objetivos que se propone North. Para ello comienza con el concepto de instituciones como reglas del juego cuyo surgimiento se debe a la interacción social, pero que a su vez determina los resultados económicos, y por tanto, el desempeño económico. En este sentido, diferencia entre reglas formales e informales; mientras que las primeras se pueden crear mediante un decreto legislativo, las segundas evolucionan lentamente.

El estudio del papel de las instituciones –sobre todo, destaca su función a la hora de reducir la incertidumbre- será clave para comprender el cambio histórico, para determinar qué tipo de organizaciones existen en la sociedad –enfatiza la diferencia entre organizaciones e instituciones, las primeras son los jugadores que se desempeñan dentro de unas reglas (instituciones). El mecanismo de influencia principal es, para North, el hecho de que las reglas del juego tienen efectos sobre la función de costes de una economía.

Ejemplifica esto con la comparación del crecimiento positivo de Estados Unidos, y el estancamiento de otros países del Tercer Mundo. Mientras que EEUU cuenta con unas instituciones favorables al desarrollo, al respeto de los derechos de propiedad, incentivadoras de la innovación, etc; los países atrasados tienen incentivos que no conducen a inversiones productivas, sino normalmente a redistribuciones de las rentas y actividades no cooperativas y no generadoras de crecimiento.

A lo largo del texto, y especialmente en los objetivos del autor, a uno se le viene a la cabeza el tratamiento de Carl Menger acerca del surgimiento del dinero[1], como ejemplo de institución surgida de forma espontánea y evolutiva; en una fecha tan temprana como finales del siglo XIX. Además, en su obra metodológica, el fundador de la Escuela Austriaca afirmó que la cuestión fundamental que todo científico social debería resolver es: “¿Cómo pueden formarse instituciones que sirven al bien común y que tan importantes son para su desarrollo sin una voluntad común dirigida a su creación?”[2]. En esta misma línea, se le adjudica al filósofo escocés Adam Ferguson la idea de que el orden espontáneo social, que contiene numerosas instituciones, es consecuencia de la acción humana, pero no del diseño humano; es decir, que las acciones e interacciones no crean deliberadamente las instituciones, sino que éstas surgen de manera no intencionada de aquéllas.

[1] “On the origins of money”, Menger, Economic Journal (1892).

[2] En “El método de las ciencias sociales”, Carl Menger, Unión Editorial.


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Economía y políticas públicas: La integración vertical en la salud <b>...</b>

El proyecto que busca impedir la integración vertical entre EPS y IPS puede terminar haciendo más daño que bien al sisteme de seguridad social en salud. Se ha aprobado en la Cámara de Representantes un artículo que limitaría la llamada integración vertical entre EPS e IPS. La semana entrante debe discutirse esta disposición en el momento en que se presente la conciliación de los proyectos de reforma de salud aprobados en Cámara y Senado (este artículo no existe en el proyecto aprobado en el Senado). La justificación de esta propuesta es supuestamente el estímulo a la competencia, la mejora en la eficiencia del sistema de salud y la protección a los usuarios. Es bueno analizar este tema desde el punto de la Economía.

Consideraciones teóricas sobre la integración vertical
Se entiende normalmente por integración vertical la propiedad y operación unificada de procesos sucesivos de producción y distribución por una sola firma. El propósito de la integración vertical, desde el punto de vista de la firma, es el de reducir costos, especialmente de transacción, y aumentar su poder competitivo.
En principio, cualquier firma comporta grados menores o mayores de integración vertical. Las decisiones sobre qué actividades se desarrollan al interior de la firma o fuera de ella obedecen, como cualquier decisión empresarial, a un análisis costo/beneficio. La empresa tenderá a procurarse los insumos en el mercado, en lugar de producirlos ella misma, cuando se presenta una amplia competencia en el mercado de proveedores, cuando existen economías de escala en los proveedores no replicables por la firma compradora, y cuando en ninguno de los dos negocios (el del comprador o el del vendedor) se presenta la necesidad de inversión en activos específicos para la transacción. La teoría moderna de la integración vertical la explica como una respuesta a las dificultades que plantea la existencia de costos altos de transacción entre dos empresas, una de las cuales es proveedora de la otra, Una vez la empresa proveedora ha adelantado la inversión, puede presentarse una situación de “oportunismo post-contractual” por cualquiera de las partes. El comprador podrá exigir un cambio en las condiciones de compra, y el vendedor en las de venta (problema de hold-up o de chantaje como se conoce en la literatura). Esta incertidumbre puede conducir a situaciones de subinversión, que irían en contra del bienestar de la sociedad. Esta es una expresión de los costos de transacción que habían sido planteados por el premio nobel Ronald Coase (1991) desde 1937.
Williamson (premio nobel de 2009) plantea que en esas circunstancias, el empresario prefiere integrarse hacia adelante o hacia atrás para disminuir esas incertidumbres y por lo tanto los costos de transacción. Una relación de mercado (es decir sin integración) en esas condiciones es ineficiente, y debe ser reemplazada por una relación jerárquica. Una consecuencia de este análisis es que entre más específicos sean los activos es más probable que se presente la integración vertical. La otra es la de que una integración vertical permite montos de inversión mayor que una relación de mercado. Es mejor para el bienestar de la sociedad que se presente la integración.
En determinadas circunstancias, la integración vertical puede ser negativa desde el punto de vista de la competencia. Si una empresa es un monopolio, sea por razones de economía de escala, (monopolio natural), tecnológicas (acceso exclusivo a una patente), podrá aprovechar su ventaja monopólica en un mercado para frenar la competencia en otro.
¿Cuándo existe abuso de poder en la integración vertical o en las compras atadas? Los tribunales que se han ocupado de aplicar las normas de la competencia en países desarrollados han avanzado en los criterios a partir de los cuales se puede condenar este tipo de prácticas: cuando el productor pretende aprovechar la posición dominante que tiene en un mercado para minar la competencia en un mercado previamente competitivo. Fue la situación que enfrentó Microsoft tanto en las cortes americanas como europeas. Esta empresa aprovechó el poder que tenía en el mercado de sistemas operativos para mejorar su posición en el mercado de exploradores y desplazar a sus rivales. El triunfo de Internet Explorer sobre Nestcape se debió precisamente a esa práctica, debidamente sancionada tanto en Estados Unidos como en Europa. Si no se cumple con esta condición, es inconveniente y hasta perjudicial para la sociedad oponerse a la integración vertical. Sería claramente absurdo prohibirle a un campesino cultivador de maíz montar su propio molino productor de harina. En el caso de los seguros, son varias las compañías aseguradoras que tienen sus propios talleres de reparación de automóviles para responderles a sus clientes.
La integración vertical en la salud y la regulación
Es obvio que en la provisión de servicios de salud, como en cualquier otra actividad económica, pueden presentarse tendencias hacia la integración vertical. Un odontólogo puede adquirir un equipo de rayos X para proveer a sus clientes de las radiografías que se necesiten en el diagnóstico. Un hospital puede montar un laboratorio clínico. Difícilmente podría argumentarse que este tipo de integración pueda ser negativo para la sociedad, o que se deban constituir en motivo de preocupación para el regulador.
El caso más debatido en la salud en Colombia corresponde a la integración entre EPSs e IPSs. Es conveniente analizar las motivaciones de estas integraciones, así como la posición que frente a ellas debería tener el Estado.
La especificidad de activos (dificultad de destinar las inversiones realizadas a otros usos) y la mutua dependencia entre aseguradoras y por lo menos algunas IPSs, permiten entender, utilizando las herramientas analíticas de la organización industrial señaladas arriba, estas tendencias hacia la integración vertical. Las unidades modernas de diagnóstico y tratamiento exigen inversiones importantes. Solo estaría dispuesto a invertir quien tenga una demanda asegurada, lo cual solo se logra si existen contratos de largo plazo entre la aseguradora (en el esquema colombiano, ellas son las principales protagonistas de la demanda por servicios de salud) y la IPS, o si existe integración vertical entre las actividades de aseguramiento y prestación. Sin estos contratos, o sin la integración, el riesgo para quien haga las inversiones será mayor. La inversión lograda será inferior a la óptima.
¿En qué momento puede la integración vertical mencionada puede ser un motivo de preocupación para el regulador? Como se señaló más arriba, el posible abuso se presentaría cuando exista una situación de posición dominante en cualquiera de los dos mercados, que se traduzca en que el asegurador o el prestador (dependiendo de cuál es el mercado no competitivo) se apalanque en dicha posición para combatir a sus rivales en otro mercado. Teóricamente, tanto en el mercado de aseguramiento como el de prestación podría presentarse esta situación, especialmente cuando la definición de mercado relevante para propósitos competitivos se hace dentro de una región o municipio específicos.
Se puede concluir entonces que la manera más eficaz de promover la competencia consiste en que el regulador evite la presencia de posiciones dominantes, tanto en el mercado asegurador como prestador, más que en prohibir las integraciones verticales. Lo lógico sería que la Ley que reforme el sistema de salud, debería exigir que las adquisiciones, fusiones o alianzas entre EPSs o entre IPSs sean informadas previamente a la entidad que se encargue de promover y vigilar la competencia en la salud (CRS, Superintendencia de Salud o Superintendencia de Industria y Comercio, según lo determine la norma). La autoridad podría objetar estas operaciones si encuentra que la operación conduce a una inadecuada concentración en el mercado relevante. Una norma semejante existe en el sector financiero. Lo que debe hacer el Congreso y el poder ejecutivo frente a la integración vertical es algo diferente a prohibirla. Debe promover la competencia tanto en el mercado asegurador como prestador.
Una anotación final. Oi decir por radio al representante ponente de esta iniciativa que la justificación de esta norma radica en que las EPS son “monopolios naturales”. Ello no es cierto. El monopolio natural se presenta cuando lo conveniente desde el punto de vista de la eficiencia es que exista un solo proveedor. El ejemplo típico de texto es la red de acueducto de una ciudad. No es conveniente que exista más de una red. En el caso de las aseguradoras en salud, no hay ninguna razón para que no existan varias de ellas que atiendan el mismo mercado. De hecho, una queja de las autoridades (ver la exposición de motivos del proyecto) es que existen muchas, algunas de ellas bastante débiles.

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A Propósito del Cumpleaños Número 100 de Ronald <b>Coase</b> « Mente Nueva

Este 29 de diciembre cumple 100 años de vida el famoso economista Ronald Coase. Ronald Coase es considerado el fundador del Análisis Económico del Derecho y de la “Nueva Economía Institucional”, habiendo recibido el premio Nobel de Economía en 1991. Algunas personas les sonará familiar este nombre por diversos motivos, uno de los cuales es el reconocimiento explícito que suele hacer Hernando de Soto a su influencia e incluso el comentario que hizo Coase del libro de De Soto “El Misterio del Capital”. Sin embargo, los aportes de Coase a la teoría económica y, más en general al análisis de las instituciones y organizaciones, es múltiple y va más allá de algunas ideas divulgadas hasta el cansancio por algunos de sus discípulos. 

Ronald Harry Coase nació en Willensden Reino Unido. Era hijo de dos empleados de correos. Estudió en la London School of Economics donde se graduó en 1932 y empezó a trabajar como profesor en la Dundee School of Economics and Commerce (1932-1934), en la Universidad de Liverpool (1934 -1935) y en la London School of Economics (1935-1939 y 1946-1951). Emigró a Estados Unidos, trabajando en la Universidad de Buffalo (en el Center for Advanced Studies in the Behavioral Sciences), en la Universidad de Virginia y a partir de 1964 en la Universidad de Chicago en la escuela de leyes. Fue editor de la revista “Law and Economics” de 1964 a 1982.

El primer artículo famoso de Coase fue el denominado “The Nature of the Firm” (“La Naturaleza de la Empresa”), escrito en 1937 para la revista Economica. En este examina de una forma documentada y original las diferentes teorías que pretendían explicar el origen de la empresa, demostrando que todas fallaban en ese propósito puesto que les faltaba considerar las formas alternativas en las cuales se podían organizar las actividades económicas. Así, las explicaciones de la generación de economías de escala, de ganancias por la especialización (propuesta por Adam Smith y desarrollada por Maurice Dobb), la del manejo de riesgos de Frank Knight y otras eran insuficientes para explicar de forma lógica porqué surgían las empresas, cómo se explicaban sus límites (porqué no hay una sola gran empresa) y que sucede en su interior. Lo que les faltaba a estas teorías era considerar que existen costos de organizar de forma interna las actividades pero que también existen costos de usar el mercado, a lo que denominó “costos de transacción”. Estos costos incluyen desde el tiempo necesario para identificar el producto que se va a comprar, incluyendo la calidad, hasta el costo de hacer respetar los contratos y protegerse del oportunismo. Este costo se incrementa cuanto más específicas son las transacciones..

Entre los discípulos de Coase destacan Oliver E. Williamson, premio nobel de economía en el año 2009, quien ha desarrollado el cuerpo teórico de la teoría de los costos de transacción y ha mostrado su poder de análisis desde temas de organización industrial hasta el funcionamiento del mercado laboral, tal como lo muestra su espléndido libro “Las Instituciones Económicas del Capitalismo” de 1985. Sin embargo, algunas explicaciones dadas por Williamson a casos emblemáticos como la fusión entre General Motors y la empresa que le proveía carrocerías (Fisher Body) han sido bastantes diferentes y ha dado origen a uno de los últimos artículos académicos escritos por Coase en el año 2000 ( “The Acquisition of Fisher Body” by General Motors, publicado en el Journal of Law and Economics)  donde argumenta que la fusión más que a problemas de oportunismo de los hermanos Fisher se debió a problemas de coordinación intrínsecos a estas transacciones.

Estas ideas y otras fueron desarrolladas con mayor detalle en su artículo de 1960 en el Journal of Law and Economics llamado “El Problema del Costo Social” (The Problem of Social Cost), considerado el artículo más citado en la literatura económica donde argumenta que cualquier sistema de asignación de precios tiene un costo y que es posible hacer un análisis económico de las reglas, las formas de organización y los métodos de pago.

El aporte más conocido de Coase, y más bien puntual dentro de su teoría, es el famoso “Teorema de Coase”, llamado así por su amigo George Stigler de la Universidad de Chicago. Este “teorema”(nunca fue formulado de forma analítica), se inserta dentro de la discusión de un fenómeno denominado en economía como “externalidades”, las cuales consisten en efectos de las actividades económicas no considerados en el sistema de precios sobre otros agentes, siendo el caso típico es de la contaminación ambiental. Una primera propuesta a estos problemas fue dada por el profesor Pigou quien proponía justificar la intervención del Estado mediante la imposición a quien contamina. Coase critica este argumento por varias razones. La primera es que la recaudación del impuesto difícilmente va a ir a los perjudicados. Segundo, si se ponen impuestos con este motivo también tendrían que establecerse subvenciones Tercero, es necesario identificar bien la magnitud del impuesto porque con un impuesto sobre una externalidad negativa ésta disminuirá. Pero no siempre es deseable eliminar toda la externalidad, porque es posible que lo que se gane con ello sea menos de lo que se pierde con la eliminación de la actividad productora de externalidades. Ante ello plantea una situación hipotética de dos agentes, (A y B), donde A causa una externalidad al agente B y es responsabilizado por estos daños (porque así lo establecen los tribunales). A puede compensar a B de tal manera que lo que pierda B por seguir llevándose a cabo la actividad (ya sea de producción o de consumo) generadora de la externalidad (o debido a los gastos por protegerse de la misma), sean menores que lo que gana como consecuencia de la compensación o indemnización por parte de A; mientras que el pago que realiza A deberá ser inferior a la pérdida que podría tener si tuviera que cesar su actividad o trasladarse a otro lugar para efectuarla. Es decir, en ausencia de costos de transacción y con derechos de propiedad bien definidos  (más debía decirse como indican algunos “derechos de apropiación”) es posible que por medio de la negociación los agentes lleguen a una solución de la externalidad que reduzca el costo social y revele mejor sus preferencias. Esta “solución” dio origen a una serie de críticas y análisis, incluyendo las realizadas por Samuelson, las cuales sería largo discutir en este breve artículo.

Coase siempre estuvo interesado también en los servicios públicos, quizá por el trabajo de sus padres, habiendo realizado artículos sobre fijación de precios en el caso de correos, los faros y las emisoras públicas de radio, siendo destacada su crítica a la fijación de precios basada en los costos marginales para los servicios públicos. Como se recordará en los años treinta surgieron una serie de discusiones sobre cómo fijar precios a los servicios públicos donde había importantes economías de escala y ámbito y operadores que tenían características de monopolio natural (es decir donde era eficiente que exista un solo operador).

En su artículo “The Marginal Cost Controversy” de 1946, publicado en la revista Economica, argumenta que cobrar sólo el costo marginal (que la teoría estándar indica como la primera opción para maximizar el bienestar), haría necesario que los costos no cubiertos por el monopolista (se sabe que en estos casos el costo medio es mayor que el marginal), tendrían que ser cubiertos con ingresos de impuestos u otra fuente de financiamiento lo cual tiene un costo de oportunidad de uso de los fondos públicos. Ello podría hacer que se terminen financiando proyectos que no son rentables socialmente debido a que no se cobra en el sistema de precios todos los costos del proyecto. Ante ello planteó un esquema de tarifas en dos partes, cobrar el costo marginal por el consumo de cada unidad y cobrar un cargo fijo que se destine a financiar los costos fijos no cubiertos. Como se demostró posteriormente este sistema era óptimo y aseguraba la rentabilidad social de los proyectos siempre que los consumidores fueran homógeneos. En este caso, la mejor forma de asegurarse si valía la pena o no realizar la obra era ver si los consumidores estaban dispuestos a pagar el cargo fijo, es decir que el bienestar generado sea mayor que el costo no cubierto cobrando el costo marginal.

Ronald Coase también tuvo gran influencia en la reforma del sistema de reparto de licencias del espectro electromagnético para la radio, gracias a su artículo The Federal Communications Commission (1959) donde criticaba el mecanismo de concesión de licencias, proponiendo que los derechos de propiedad eran un método de asignar el espectro a los usuarios.

Otra de sus contribuciones importante es la “Conjetura de Coase”, plasmado en su artículo Durability and Monopoly” publicado en 1972 en el Journal of Law and Economics, donde argumenta de manera más bien informal sobre los monopolistas de productos perecederos. Indica que estos no tienen mayor poder de mercado porque son incapaces hacer creíbles sus compromisos de no bajar los precios en periodos futuros.

Revisando los artículos de Coase uno puede notar que no usa ecuaciones en sus argumentos (pero sí algunos gráficos muy novedosos para su época como los de su artículo “Monopoly Pricing with Interrelated Costs and Demands” en la revista Economica de 1946), lo cual ya no es usual en economía en la actualidad, y que nos hace recordar que lo más importante después de todo son las ideas claras y bien argumentadas, así como la profundidad de la visión de cada tema.

Un link al Ronald Coase Institute

http://www.coase.org/

La lectura de Coase cuando le dieron el Premio Nobel en 1991

http://nobelprize.org/nobel_prizes/economics/laureates/1991/coase-lecture.html


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Centenario de Ronald <b>Coase</b> | elcato.org

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por Iván Alonso

Iván Alonso obtuvo su PhD. en Economía de la Universidad de California en Los Ángeles y es miembro de la Mont Pelerin Society.

Ronald Coase, uno de los economistas vivos más importantes, nació en Londres el 29 de diciembre de 1910. Más de la mitad de su vida la ha pasado como profesor de economía de la escuela de leyes de la Universidad de Chicago. En 1991 recibió el Premio Nobel.

Coase es conocido sobre todo por dos artículos que influyeron enormemente en la profesión. “La naturaleza de la firma” plantea una pregunta sencillísima: ¿por qué existen empresas? La bodega que fermenta las uvas es la misma que filtra, añeja y embotella el vino. ¿Por qué tiene que estar integrada la cadena de producción? Coase postula que existen “costos de transacción” en cada operación de compra-venta. Es el empeño por reducirlos, sin perder eficiencia en la producción, lo que configura la organización empresarial.

“El problema del costo social” desenmaraña la confusión sobre las externalidades o efectos indeseados que ciertas actividades causan a terceros: el humo de la fábrica ensucia la ropa colgada en los tendales de los vecinos. Los economistas decían “cerremos la fábrica”. Coase hizo notar que el problema es recíproco. No existe externalidad sin la fábrica, pero tampoco sin el tendal. Cerrar la fábrica no es necesariamente lo que más valor genera para la comunidad. Quizás sea mejor que se muden los vecinos.

¿Qué impide que la fábrica llegue a un acuerdo con ellos? Primero, que ni éstos ni aquella tienen un derecho de propiedad establecido sobre las corrientes de aire que arrastran el humo hasta el tendal. Segundo, que el costo de negociar un acuerdo puede ser prohibitivo. La ley, los tribunales y la regulación resuelven el problema delimitando derechos e imponiendo multas, pero esta solución puede no ser la mejor desde el punto de vista económico.

Las externalidades son una de las llamadas “fallas del mercado”, junto con el monopolio natural y los bienes públicos. En un artículo de 1946, Coase demostraba que aun si las economías de escala determinan que un solo productor abastezca a todo el mercado, no se sigue que el monopolio natural debía ser estatizado o subsidiado para que su volumen de producción sea económicamente eficiente. Y en 1974 rastrea la historia de cómo los faros de navegación, el clásico ejemplo de un bien público, fueron construidos y mantenidos a lo largo de las costas británicas por asociaciones privadas de navegantes.

Nuestra apreciación personal del legado de Ronald Coase puede resumirse así: no existen las fallas del mercado; lo que existe son las fallas de los economistas en entender cómo el mercado puede asignar eficientemente los recursos productivos, aun en situaciones más complejas que las simples transacciones de compra-venta de las que se ocupan los libros de texto.


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Análisis económico del Derecho: Escuela de Chicago y Escuela Austriaca

Alejandro Baldizón presenta el análisis económico del Derecho, que surge como disciplina a principios del siglo XX, con el desarrollo de la economía de bienestar, donde Arthur C. Pigou, uno de sus principales exponentes, con otros economistas, consideraban necesaria la intervención del Estado para corregir las fallas del mercado. 

Comenta Baldizón que posteriormente estas ideas fueron replanteadas por Ronald H. Coase, desde una perspectiva diferente, por medio de su teorema del costo social, que define como un problema de externalidades negativas y positivas, de las cuales muestra algunos ejemplos que se refieren a beneficios o costos que no reflejan su precio real en el mercado. 

Asimismo, explica cómo se utilizan las herramientas de la economía para analizar el Derecho, desde el punto de vista de la Escuela de Chicago, y enfoque de la Escuela Austriaca, que a su criterio integra mucho mejor la teoría económica y legal porque se basa en la dinámica del mercado y en los postulados básicos de la acción humana propuestos por Friedrich A. Hayek y que están plasmados en su obra Derecho legislación y libertad, donde afirma que el Derecho es el resultado de un proceso espontáneo que se descubre y no se inventa.

Análisis económico del Derecho: Escuela de Chicago y Escuela Austriaca
Alejandro Baldizón

Escuela de Negocios, En-606
Universidad Francisco Marroquín
Guatemala, 25 de septiembre de 2010

Una producción de New Media - UFM.  Guatemala, noviembre de 2010
Cámara: Sergio Miranda; edición digital: Adrián Méndez; índice: Gabriela Valverde; sinopsis y revisión de contenido: Eugenia Aldana; publicación: Carlos Petz/Daphne Ortiz

Imagen: cc.jpgThis work is licensed under a Creative Commons 3.0 License
Este trabajo ha sido registrado con una licencia Creative Commons 3.0

Alejandro BaldizónAlejandro Baldizón es miembro del Consejo Administrativo del Centro para el Análisis de las Decisiones Públicas (CADEP) y profesor del Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales (EPRI) de la Universidad Francisco Marroquín. Obtuvo su Licenciatura en Ciencias Jurídicas y Sociales por esta misma casa de estudios.


Fuente: http://www.ufm.edu/
Última actualización: 28/03/2008


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Los procesos racionales en las cuestiones sociales

Herbert A. Simon

Naturaleza y Límites de la Razón Humana, Fondo de Cultura Económica, México, 1989. pp. 97-137. Con omisiones

¿Por que se habla de la toma de decisiones sociales? ¿No es suficiente con hablar de la toma de decisión individual? En todo caso, ¿por qué necesitamos de la toma de decisiones sociales? Actualmente en todas partes del planeta existe la ilusión libertaria de que los individuos son cierta clase de mónadas leibnizianas (cierra clase de esferas poco sólidas), cada uno con una función de utilidad firmemente independiente e interactuando con sus congéneres sólo a través del conocimiento que tiene de los precios de mercado. No es así. No somos mónadas, entre muchas otras razones, porque nuestros valores, las alternativas de acción de las que estamos conscientes, nuestra comprensión de la clase de consecuencias que pueden surgir de nuestras acciones -todo este conocimiento, todas estas preferencias-, se derivan de la interacción con nuestro medio social. Parte de nuestros valores y nuestro conocimiento fue succionado junto con el alimento del seno materno; otra parte fue tomada, a menudo en una forma bastante acrítica, de nuestro medio social. Otra quizá fue adquirida por medio de la reacción contra ese medio, pero con toda seguridad una parte menor se desarrolló en completa independencia de éste.

En un modelo de variación casual independiente, ¿cuál es la probabilidad estadística de que alrededor de 1970 varios millones de estudiantes norteamericanos debieran considerarse radicales y que diez años después una mayoría comparable debió decidir que la mitad del camino es la mejor parte por andar? Como atestiguan éste y otros innumerables fenómenos, las creencias y valores son sumamente contagiosas de una a otra persona. Un inventario de las creencias de los incluso más auto-conscientemente racionales entre nosotros mostraría que la mayor parte de esas creencias obtienen credibilidad no a partir de la experiencia directa y el experimento, sino de su aceptación por medio de fuentes creíbles y “legítimas” de la sociedad.

En nuestra sociedad, y en la mayoría de sociedades modernas, los mercados en los que la gente intercambia bienes por dinero juegan un papel muy importante. Pero los mercados no operan en un vacío social, forman parte de una estructura más amplia de instituciones sociales. Y operan con muchas superficialidades, es decir, muchas consecuencias de las acciones emprendidas en economías de mercado no son completamente incorporadas en los precios de mercado. Ejemplos típicos son el humo que sale de la chimenea y va a dar a los ojos del vecino, o el sonido contaminante que pasa a través de la reja, proveniente del aparato estereofónico del vecino. En toda sociedad y particularmente en la urbana, muchas de las maneras e que nuestras acciones afectan la vida y valores de otras personas no pueden reconciliarse fácilmente mediante el ajuste de los precios de mercado.

Lo mismo que las superficialidades negativas no son penalizadas adecuadamente por los mercados de laissez -faire, así la producción de bienes públicos no es convenientemente recompensada. En la sociedad no pagamos por muchas de las cosas que disfrutamos. En Pittsburgh, cada mañana recibo algunos bienes públicos (muy estimados por mí) cuando me encamino al trabajo. Obtengo estos bienes a partir del hecho de que mis vecinos conservan sus prados frescos y bien podados, y de que tienen plantados hermosos arbustos y flores. Hace un año, cuando a lo largo de mi ruta cotidiana los propietarios de algún predio desocupado empezaron a construir algunos edificios de condominios bastantes feos, mis ingresos libres, mis bienes públicos, fueron disminuidos en esa medida. Pero esa disminución no se reflejó en los precios de mercado de esos condominios: los nuevos propietarios no tuvieron que recompensarme por mi pérdida, del modo en que no tengo que pagar por contemplar las flores de mis vecinos. Como resultado, se construyeron más edificios feos de los que harían si estos efectos indirectos hicieran impacto sobre quienes toman decisiones, y los jardines son más modestos que los que serían óptimos si se tomara en cuenta el placer de los espectadores.

Las superficialidades, positivas o negativas, son urdidas a través de la fábrica completa de la sociedad. Son determinantes importantes de las recompensas que reciben los individuos, viciando con esto el argumento libertario básico de que el Estado no tiene derecho a interferir en estas recompensas. ¿Qué determina la pobreza o la opulencia? ¿Qué información respecto a un recién nacido predecirá mejor el nivel de comodidad que alcanzará de adultos? En primer lugar, la década en que ocurrió su nacimiento; en segundo, su lugar de origen; en tercero, la condición de su familia. Por alguna teoría razonable de la causalidad, estas circunstancias explican ampliamente por qué muchos, en la Norteamérica o la Suecia del siglo XX, son ricos y por qué la mayoría de la gente en China o en la India son pobres. Nacimos en el tiempo y el lugar buenos o malos, en el seno de familias que pudieron o no otorgarnos una ventaja inicial en la competencia.

Incluso si aceptáramos el argumento de que los productos atribuibles totalmente al esfuerzo individual no son violados, tal argumento sitúa poco de los ingresos del mundo más allá del alcance legítimo de la tributación o el control. Si a pesar de esto pensamos que el Estado debe ejercer gran restricción en la distribución de recompensas, debe ser porque la perspectiva de la redistribución puede debilitar la motivación que la gente tiene para producir, no porque la redistribución sea éticamente “injusta.”

Así es bueno hablar de aproximarse lo más posible a ese estado de monadismo que llamamos individualismo, pero en el mejor de los casos la aproximación será en realidad bastante imperfecta. Toda nuestra conducta tiene lugar dentro de un intrincado medio de instituciones, y tiene incontables efectos sobre otras personas. Las estructuras de mercado no son ningún substituto para la red total de interacciones sociales, tampoco justifican las políticas libertarias

Las instituciones sociales, y en particular las instituciones políticas, tienen hoy en día mala prensa. Describimos a estas últimas de manera especialmente estereotipada. Nos referimos a ellas como burocracias y damos por sentado que operarán ineficazmente. Pero hay otra forma de considerar a las instituciones. Tal como se discutió en los dos primeros capítulos, estamos totalmente limitados en cuanto al cálculo cabal de nuestras acciones y cuán racionales podemos ser en un mundo complicado. Las instituciones nos proporcionan un medio establece que ofrece por lo menos un mínimo de racionalidad posible. Por ejemplo, con cada seguridad podemos esperar que si caminamos dos cuadras en cierta dirección, encontraremos una tienda de abarrotes y que mañana la tienda seguirá ahí. Dependemos de esta estabilidad de nuestro medio institucional y de muchas otras menos superficiales para estar en posibilidades de efectuar cálculos razonables y estables en cuanto a las consecuencias de nuestra conducta.

De esta manera, nuestro medio institucional, lo mismo que el natural, nos rodea con un patrón de acontecimientos confiable y perceptible. No tenemos que comprender los mecanismos causales implícitos que producen estos eventos, ni los sucesos mismos en absoluto detalle, sino sólo su patrón cuando interfiere en nuestra vida, nuestras necesidades y deseos. Lo que es estable y predecible en nuestro medio, social y natural, nos permite salir adelante, dentro de los límites establecidos por nuestro conocimiento y nuestras habilidades computativas.

Los Límites de la Racionalidad Institucional.

En este capítulo quiero tratar sobre las instituciones pero no con objeto de hacer de ellas simples héroes. Al contrario, también me gustaría indicar algunas formas en que los límites de nuestra racionalidad individual -nuestra capacidad individual para calcular vías eficaces de acción- originan problemas al diseño y operación de nuestras instituciones sociales. El énfasis estará sobre la forma en que los límites de nuestra capacidad para calcular y conducirnos razonablemente imponen límites similares sobre la capacidad de nuestras instituciones.

Límites de la atención

El primer problema de la conducta social, que surge de los límites psicológicos humanos, es que nuestras instituciones políticas, particularmente cuando se enfrentan a los “grandes” problemas, deben resolverlos en una forma sucesiva, individualmente (o, cuando más, unos pocos a la vez). Desafortunadamente, toda la serie de problemas públicos a que hay que enfrentarse no puede estar en la agenda de manera simultánea. La razón es que cuando las cuestiones son importantes y controvertibles (si son importantes, por lo regular también son controvertibles), tienen que establecerse mediante procedimientos democráticos que requieren de la formación de mayorías en los cuerpos legislativos o el electorado en su conjunto. Consecuentemente, los electores o los legisladores deben atender simultáneamente, por periodos, más o menos la misma cosa. Por supuesto, los comités de una legislatura pueden operar en una forma paralela, pero en diversos puntos del tiempo el cuerpo entero debe pasar cierto tiempo alcanzando un consenso sobre las cuestiones importantes.

La dificultad de concentrar la atención en varias cuestiones a la vez, produce por lo menos dos fenómenos que, aunque existen uno al lado del otro, a primera vista parecen un poco contradictorios. El primero de ellos es la caprichosa cualidad del comportamiento de las instituciones políticas. A fines de la década de 1960-1969, los problemas ambientales eran caprichosos. Por capricho no quiero dar a entender nada malo, sino simplemente que gran parte de la atención política disponible se concentraba en estas cosas. Durante ese lapso era posible obtener la aprobación legislativas para muchas clases de reglamentos concebidos para proteger y mejorar la calidad del medio.

Entonces, en 1973, con la primera conmoción petrolera, súbitamente nos dimos cuenta de que no podíamos tener la energía que quisiéramos usar, o por lo menos que tendríamos que pagar un precio muy alto por ella. De repente nos convertimos en una sociedad consciente de la energía, obsesionada por su escasez y, particularmente, por la escasez de petróleo. Al tratar de hacer frente a esta nueva crisis, estuvimos (y todavía estamos) en serio peligro de descuidar nuestra preocupación por proteger el medio. En el contexto de nuestra instituciones políticas, parece difícil recordar que una sociedad puede tener más de un problema urgente a la vez.

Otro ejemplo sería el excesivo interés, de hace aproximadamente unos seis años, en la inflación; pronto orientamos todas nuestras políticas económicas hacia la reducción de las presiones inflacionarias. Mientras concentramos la atención en la inflación, olvidamos que las economías también debían ser productivas, emplear a la gente en trabajos provechosos de modo que ganaran dinero y adquirieran el sustento. Al tomar firmes medidas para hacer frente a la inflación, dejamos que el desempleo creciera hasta niveles que no se conocían desde los tiempos de la Gran Depresión y dejamos inutilizada una parte significativa de nuestros recursos productivos. ¿Qué sucedió? El desempleo empezó a competir con la inflación para ganar la atención del público, pero con la posibilidad real de que el problema del empleo pudiera resolverse, dejando que la segunda ganara un nuevo impulso. Parece que es muy difícil en nuestra sociedad mantener fija la atención simultáneamente en dos problemas de esta clase, incluso problemas tan íntimamente ligados que cualquier medida que tomemos para enfrentarnos a uno de ellos casi seguramente afectará al otro.

En nuestra sociedad, algunas personas son menos susceptibles que la mayoría a los caprichos que acabo de describir; padecen de una aberración diferente. Son personas cuyos intereses políticos esencialmente se limitan a una sola cuestión, ya sea el aborto o la prevención de éste, el control armamentista o la libertad para el libre uso de armas de fuego, las oraciones en la escuela o la anulación de cualquier coacción religiosa. Tales personas reaccionan a cualquier cosa que se encuentre en la agenda política, primeramente en términos de lo que afecta a su cuestión preferida. Su voto a favor de candidatos para algún cargo es determinado por sus posiciones en la única cuestión que los obsesiona.

M.D. Cohn, J.G. March y J.P. Olsen han desarrollado un interesante modelo de este fenómeno, al que le han concedido el nada elegante título de “Modelo de Bote de Basura de Elección Organizativa”, Su idea sostiene que en cualquier sociedad u organización hay cuestiones permanentes y personas permanentemente ligadas a estas cuestiones. Cuando se presenta algún asunto particular para decidir sobre él, estas candentes cuestiones permanentes descienden y se imponen al debate. La organización nunca decide cuál es el propósito de decidir. La interrogante formal de la comisión del programa de estudios consiste en saber si, para cierto grupo de estudiantes, sería mejor ordenar el curso X o el Y. Lo que en realidad se discute es cómo afectaría al número de docentes en los departamentos A y B.

Tanto el capricho político como la política sobre una cuestión provienen de la misma causa fundamental: la incapacidad de la gente para reflexionar sobre muchas cosas al mismo tiempo. Como consecuencia, las instituciones políticas, que se supone deben enfrentarse a toda una serie de problemas en la sociedad, en ocasiones tienen grandes dificultades en concederles una atención balanceada.

Felizmente, cierta característica del mundo, mencionada en el primer capítulo, ha atenuado esta dificultad: el hecho de que no todo se conecte íntimamente con lo demás. Los ejemplos escogidos, relativos a las dificultades que se derivan del grado de atención limitada de las personas, lo fueron para enfatizar la dificultad. La energía y el ambiente se encuentran mucho más estrechamente vinculados que la mayoría de problemas pares elegidos al azar. Mucho de lo que podría hacerse para resolver un problema de energía, podría originar o intensificar problemas ambientales. Así, por ejemplo, si se incineran grandes cantidades de combustibles fósiles, la temperatura promedio de la Tierra puede aumentar debido al efecto del dióxido de carbono, y esto sería peligroso porque, como todos sabemos, la Tierra se encuentra exactamente en la temperatura correcta, o por lo menos los artefactos e instituciones humanas están generalmente adaptados a las temperaturas que ahora prevalecen. El ejemplo de inflación-desempleo ilustra el mismo punto. No se puede enfrentar satisfactoriamente un miembro de la pareja sin tomar en cuenta el otro.

Pero la red de interconexiones no es densa. Además, los problemas particulares repetitivos, o que pueden preverse, sí pueden manejarse de manera paralela; es decir, una vez que se deciden políticas que se aplicarán y se acuerdan los procedimientos para llevarlas a cabo, podemos fundar organizaciones paralelas para cumplir con los procedimientos. El cuerpo de bomberos puede recorrer su estridente ruta, llamando sólo periódicamente la atención del consejo municipal, y desempeñar sus funciones al tiempo que la policía arresta ladrones y que el departamento de obras públicas repara el pavimento. Lo mismo que los latidos del corazón de un individuo ocurren con regularidad sin que nadie les preste atención (a menos que se apresure el ritmo), así las necesidades rutinarias de una sociedad pueden manejarse paralelamente. Pero la adaptación a lo nuevo e inesperado requiere concentrar la atención en ello.

Incluso cuestiones que en otros aspectos son independientes, pueden volverse interdependientes cuando efectúan demandas sobre los mismo escasos recursos. ¿Cómo se relaciona la seguridad militar con el bienestar social? Por el hecho de que si se gasta el dinero en una de estas cosas, no habrá para gastarlo en la otra. Por esta razón, el proceso presupuestario gubernamental a menudo se convierte en foco de interdependencia de las diferentes necesidades, anhelos y metas de las sociedad.

Valores múltiples

Otro problema que se deriva de la racionalidad limitada de los seres humanos individuales, reside en el hecho de que nuestras instituciones políticas y sociales no cuentan con ninguna vía fácil o mágica para tratar los valores múltiples, como los representados por la metas incompatibles que he discutido. No tenemos fórmulas automáticas, ni cantidades por computar, que nos revelen con exactitud cuánto énfasis debemos poner en el esfuerzo por mejorar el ambiente y cuánto en satisfacer nuestras necesidades de energía. Asimismo, no contamos con ninguna vía mágica para tratar el problema de los intereses incompatibles; problemas en el que uno puede sopesar estos valores de manera diferente.

La dificultad de resumen en el célebre teorema del bienestar social de Kenneth Arrow, que demuestra bajo suposiciones bastante razonables con respecto a las condiciones que una función de bienestar social debe satisfacer, que tal función no puede existir. Entre las suposiciones razonables implícitas en el teorema de Arrow se encuentra el postulado que expresa que a diferentes personas debe permitírseles sopesar sus valores de maneras diferentes; que no queremos forzar a la gente a que tenga la misma clase de valores. Si aceptamos suposiciones como ésta, descubrimos que en realidad no sabemos cómo comparar los valores entre las personas. De este modo, bajo ciertas suposiciones verosímiles acerca de la diversidad que deseamos permitir en las elecciones que hacemos los humanos, somos incapaces de definir una función del bienestar social que resolvería él problema del conflicto de intereses.

Incertidumbre

Una tercera dificultad que las organizaciones sociales heredan de las limitaciones cognoscitivas de sus miembros es la dificultad de tratar los problemas de incertidumbre. A ninguno de nosotros nos agradan las guerras. De hecho, en el día y época presentes las consideramos como particularmente desagradables, más de lo que jamás hayan sido en la historia de la humanidad. Pero al mismo tiempo, no tenemos una idea clara en cuanto a si las diversas acciones que podríamos emprender harán que la guerra ocurra con mayor o menor probabilidad ¿Asumir una actitud dura (o suave) con la URSS aumentará o disminuirá la probabilidad de esta hecatombe? Muchos de nosotros tenemos opiniones sobre esta cuestión, pero pocos atribuimos gran certeza a nuestras opiniones. A lo largo de nuestra sociedad en su conjunto, certidumbres como las hay respecto a esta y cuestiones similares, son incompatibles; es por esto que tenemos grandes dificultades en ponernos de acuerdo sobre la vía de acción que hay que seguir.

Incluso en el caso de incertidumbre moderada, el esfuerzo por alcanzar “óptimas” vías de acción parece casi sin esperanzas. Cuando existen conflictos en los valores, como sucede casi siempre, no es claro incluso cómo debe definirse el término “óptimo”. Pero no todo está perdido. Reconciliar puntos de vista alternativos y estimaciones diferentes de los valores se torna un poco más fácil si adoptamos un punto de vista satisfactorio: si buscamos soluciones lo suficientemente buenas en lugar de insistir en que sólo las mejores habrán de tener resultado. Quizá sea posible -y a menudo lo es- encontrar vías de acción que toleren casi todos los integrantes de una sociedad, y que incluso agraden a muchos, siempre que no seamos perfeccionistas y no exijamos lo óptimo.

Muchos de los problemas originados por la incertidumbre son capturados por el juego del “dilema del prisionero”. Dos personas han sido arrestadas por la policía y acusadas de grave crimen. Sin confesiones, las pruebas son adecuadas sólo para condenarlas por cargos menores, en cuyo caso ambas sólo recibirán un castigo moderado. La policía hace saber a cada prisionero que en caso de confesar recibirá un castigo aún más ligero, pero que tratará a su cómplice “con todo el rigor de la ley”; mientras que si los dos confiesan, cada uno será castigado con toda severidad, pero mucho menos que lo sería el Prisionero A si sólo confesara el B. ¿Cuál es la vía de acción racional para los dos prisioneros?

El Prisionero A se percata de que si B confiesa, él (A) será castigado con mucha menos severidad si también confiesa. Pero si B no lo hace, también aligerará su propio castigo (a expensas de B) al confesar. Así, bajo una u otra circunstancia, para A resulta racional confesar. Por el mismo razonamiento lo resulta para B. Pero si ambos confiesan, se encuentran en una situación mucho peor de lo que estarían si ninguno hubiera confesado.

La analogía que tiene el “dilema del prisionero” con un retraimiento nuclear es escalofriantemente estrecha. ¿Cómo logramos que parezca racional a los participantes el que actúen con reserva, en lugar de lanzar la primera acometida? Pero el dilema no sólo aparece en esta forma extrema, surge en muchas situaciones bilaterales en las que hay pugna de intereses; por ejemplo, en las negociaciones laborales, donde casi siempre es mejor para ambas partes prevenir una acometida que precipitarla. Sin embargo puede ser difícil estabilizar el sistema en el estado de abstenerse de acometer.

Incluso el supuesto de que el juego no sólo debe jugarse una vez, sino en repetidas ocasiones, no remedia mucho las cosas. Sigue siendo “ventajoso” -por lo menos para muchas de las definiciones de racionalidad - emprender una acción agresiva contra el oponente antes de que éste la emprenda contra uno. Sin embargo, algunos estudios empíricos de humanos realizando repetidos juegos del “dilema del prisionero”, y series secuencias computadas de juegos simulados entre jugadores utilizando diversas estrategias, muestran un cuadro menos desolador. Los jugadores con frecuencia adoptan estrategias relativamente benignas y por lo general son razonablemente bien recompensados por hacerlo. En contiendas entre diferentes estrategias de computadora, la estrategia de golpe por golpe funciona particularmente bien. Esta estrategia exige que la acción benigna sea emprendida hasta que acometa el oponente; interrumpiendo enseguida durante un asalto la acción agresiva para luego, tan pronto como el oponente retroceda a la acción benigna, actuar de la misma manera.

Roy Radner ha mostrado formalmente que si la meta no es la de perfeccionar sino simplemente la de alcanzar un satisfactorio nivel de rendimiento, puede ser racional la estrategia del golpe por golpe. Su resultado proporciona una posible explicación a la frecuencia propensión que tenemos los humanos a aplicar esta estrategia. No obstante, el paradigma básico del “dilema del prisionero” nos muestra lo frágil que son los mecanismos de racionalidad al hacer a la incertidumbre, en especial respecto a las acciones de otro grupo donde hay un conflicto de intereses parcial.

El fortalecimiento de la racionalidad institucional.

Las limitaciones institucionales recién discutidas son bastante básicas, ya que están arraigadas en los límites de la racionalidad individual. No obstante, algunas disposiciones institucionales son más adecuadas que otras para responder de manera racional a los problemas de elección social. Las organizaciones pueden ser creadas para tratar con el carácter recíproco de las decisiones. Las estructuras de mercado pueden reducir la necesidad que los actores tiene de información comprensiva. Los procedimientos del adversario pueden proporcionar cierta protección contra la negación o la ignorancia de hechos y valores relevantes. Hay cierto número de maneras conocidas en las que pueden utilizarse estos y otros mecanismos con objeto de fortalecer el papel de la razón en la elección social. Me gustaría comentar brevemente algunas de ellas.

Las organizaciones y los mercados

En primer lugar, los requerimientos rutinarios y repetitivos de una sociedad son manejados en forma paralela al crear grupos y organizaciones especializadas, cada uno de los cuales trata una serie de cuestiones en tanto que los otros abordan las restantes. Si no fuera tan obvio, podríamos calificar a esto como “teorema fundamental de la teoría de organización.”

En segundo término, a través de una extensa serie de cuestiones, podemos usar los mercados y la fijación de precios para limitar la cantidad de información que cada persona debe tener respecto a las decisiones que va a tomar. Cuando voy al supermercado local, puedo decidir lo que voy a comprar y lo que voy a comer sin tener un conocimiento amplio acerca de la composición de las hojuelas de trigo u otros productos, o cuáles son los problemas a que se enfrenta el fabricante. Sólo necesito saber el precio al que me ofrece estos productos. Por esta razón, en las sociedades modernas, los mercados y los precios han probado ser mecanismos extremadamente poderosos para ayudar a cada uno de nosotros a tomar decisiones sin tener que saber muchos detalles acerca de otras personas posiblemente implicadas. Toda la información pertinente se resume en el precio que tenemos que pagar a fin de efectuar la transacción.

Para los mercados, éste es un argumento muy diferente del relativo al perfeccionamiento y que uno encuentra en ciertos libros economía. Bajo suposiciones muy estrictas, incluyendo la de la competencia perfecta lo mismo que de la racionalidad perfecta, se puede mostrar que los mercados conducen a un óptimo de Pareto, es decir, a un equilibrio tal que no puede incrementarse simultáneamente el bienestar de todos; para que alguien ganen más, otros deben perder. El óptimo de Pareto no es único; puede haber muchos óptimos como éste, diferentes subgrupos de participantes favorecidos por soluciones diferentes. Sin embargo, los óptimos no son de mi incumbencia en este momento. Presento el argumento más básico y general, establecido hace muchos años por Hayek, que revela que, aun sin las suposiciones de la competencia y la racionalidad perfectas, los mercados proporcionan una manera de restringir lo que necesitamos saber acerca de los asuntos de los demás a fin de obrar por cuenta propia. El mecanismo de mercado puede proporcionar una forma de llegar a disposiciones tolerables en la sociedad, incluso si el estado óptimo se encuentra fuera de alcance.

De esta manera, el mercado puede considerarse como uno de los mecanismos que permiten a los seres humanos que cuentan con información y capacidad computativa limitadas el opera más o menos con inteligencia. Hoy en día observamos el interesante espectáculo de las naciones socialistas abordando algunos de sus problemas referentes a la planeación y administración mediante una introducción más amplia de la fijación de precios y mecanismos de mercado. Tratan de disociar la cuestión de los mercados de la posición pública contra la privada, a fin de utilizar los precios como instrumento principal para la asignación de recursos. Sin duda, cuando hablamos de tales usos del mecanismo de los precios, debemos tener en mente que las exterioridades anteriormente discutidas rara vez se encuentran ausentes. Los mercados sólo pueden ser utilizados en conjunción con otros métodos de control social y toma de decisiones; no proporcionan un mecanismo independiente para la elección social.

Podríamos ser más ingeniosos de lo que actualmente somos al emplear de manera eficaz los mecanismos de los precios en donde se presenten las exterioridades. Los economistas han hecho muchas sugerencias en estos términos, aplicando, por ejemplo, sanciones por arrojar humo, pena que, al margen, estaría en proporción con el daño y molestia que origina el humo. No obstante, aun si extendiéramos tales procedimientos hasta sus límites prácticos, quedarían muchas exterioridades de mercado, ya sean negativas o bienes públicos. Algunas, por ejemplo las que tienen consecuencias importantes para la salud o la seguridad pública, estarían sujetas, como hasta ahora, a limitaciones o regulaciones directas.

Procedimientos adversos

Los procedimientos adversos son otra forma de fortalecer la racionalidad. Supongo que podemos calificar con este término a muchos de los procesos legislativos, especialmente a las audiencias y debates. Pero utilizamos el proceso opuesto en la forma más extensa en nuestro sistema judicial, en donde el criterio para la racionalidad es uno de los más interesantes. El criterio básico de la justicia, que seguramente aspira a satisfacer antes que a perfeccionar, es que se sigan procedimientos específicos. El supuesto implícito es que si se siguen estos procedimientos, entonces, a la larga y en cierto sentido, las decisiones alcanzadas serán tolerables, o incluso deseables. De aquí que en las instituciones legales nos inclinemos a evaluar los resultados no tan directamente como en función de la rectitud procesal.

Los procedimientos opuestos son como los mercados en el hecho de que reducen la información que deben tener los participantes a fin de conducirse racionalmente. De este modo, proporcionan un mecanismo sumamente útil a los sistemas en los cuales la información es ampliamente distribuida y donde los diversos componentes del sistema tienen metas diferentes. Se supone que cada participante de un procedimiento opuesto entiende completamente sus propios intereses y las consideraciones objetivas que se relacionan con ellos. No necesita entender los intereses o situaciones de los otros participantes. Cada uno aboga por su propia causa, y al hacerlo contribuye al fondo común de conocimiento y comprensión.

A fin de que los procedimientos opuestos funcionen bien, el derecho a convertirse en parte de cualquier proceso debe definirse con la suficiente amplitud, de modo que todos aquellos que sean afectados de manera significativa por la decisión, tengan oportunidad de contribuir con sus pruebas y manifestar sus preferencias. En nuestra propia sociedad, la noción de interdependencia ha sido cada vez más reconocida; las cortes continuamente han ampliado las reglas que determinan quién puede ser escuchado en un caso particular, incluso uno que comience con una disputa entre dos partes específicas. De esa manera, las cortes toman en cuenta exterioridades análogas a aquellas que surgen en las operaciones de un sistema de mercado.

Las herramientas técnicas para la decisión

Finalmente, durante los últimos treinta años se ha dado un importante desarrollo en los medios técnicos disponibles para tomar decisiones respecto a situaciones con muchas variables y muchas interconexiones entre ellas. Por lo general, estas nuevas herramientas son asignadas a las disciplinas de investigación de operaciones y la ciencia administrativa, y hoy en día también a la inteligencia artificial. Es característica especial de estas herramientas el que nos permitan formular, modelar y resolver problemas con miles de variables y miles de constreñimientos sobre éstas, y tomar en cuenta las interacciones de todas estas variables y constreñimientos al llegar a una solución.

Una seria limitación concerniente a la aplicabilidad de las técnicas de investigación de operaciones y la ciencia administrativa, es que requieren que los problemas sean cuantificados de manera tal que las técnicas matemáticas conocidas se vuelven aplicables a ellos. Por ejemplo, para emplear la programación lineal con objeto de resolver un problema, éste primero tiene que ser traducido (o doblado, o acometido) a una forma que lo exprese en términos de ecuaciones lineales, constreñimientos de la misma índole, y una función lineal de resultado final. Si el mundo no cuenta con estas propiedades, o no puede aproximarse adecuadamente en esta forma, la programación lineal no funcionará. En contraste, las técnicas de inteligencia artificial por lo regular no requieren que los problemas sean sometidos a las matemáticas, pero pueden abordar consideraciones o situaciones totalmente cualitativas. En consecuencia, extienden substancialmente la serie de problemas en los que la computadora moderna puede aumentar la capacidad humana de análisis.

A pesar de las diversas limitaciones, estos nuevos métodos no han permitido considerar algunos de los difíciles problemas de nuestro mundo, haciendo hincapié en los efectos secundarios e interacciones que sencillamente no podrían haber sido abarcados antes de la introducción brusca de estas herramientas después de la segunda Guerra Mundial. Si encontramos soluciones (como creo que lo haremos) a los difíciles problemas del medio ambiente y la energía -es decir, soluciones que manejen simultáneamente las dos series de problemas-, será porque somos capaces de modelar las principales interacciones entre las muchas facetas de estos problemas y, de aquí, considerar con claridad los trueques.

La nuevas herramientas analíticas marcan por lo menos un modesto grado de avance y proporcionan al menos una razón para el optimismo concerniente a la capacidad para abordar los cada vez más complicados problemas que nos presenta el mundo.

La base de información pública.

La otra preocupación importante en cuanto a hacer, que nuestras instituciones tomen decisiones razonables concernientes a las grandes cuestiones políticas, es la suficiencia de nuestro conocimiento e información. En el capítulo primero, sostuve que la eficacia de la razón como herramienta para tomar decisiones depende en una forma crítica de los hechos que recibe como información: datos, conocimiento y teorías que utiliza como donaciones. A menos que esta información sea válida, nada se obtiene al manipularla. Si se colocan datos malos o conocimiento incorrecto en un proceso de pensamiento humano, llegará a conclusiones equivocadas, alejadas del fin buscado.

Los medios masivos de comunicación

¿Qué tan adecuada resulta la base de conocimientos con que se cuenta para efectuar las decisiones políticas públicas? Creo que todos nos encontramos en condiciones de señalar las extravagancias de los medios masivos de comunicación y describir lo que nos desagrada de alguno de estos medios en particular, los que menos nos gustan. Quizá haya un consenso general en cuanto a la existencia de serias dificultades con respecto a los medios masivos en su calidad de fuentes principales de las realidades y conocimiento que empleamos en el proceso de toma de decisiones públicas.

Tal vez la dificultad fundamental radique en el hecho de que los medios de comunicación rara vez contemplan más allá de los caprichos y novedades del momento presente. Enfatizan lo que tienen interés periodístico, lo nuevo, lo sensacional. En esta dimensión, la televisión tal vez sea un ofensor todavía peor que los antiguos medios, puesto que no sólo puede originar una tendencia local, sino una concentración de la atención nacional o internacional. Pero incluso los medios más antiguos tienden a traficar con las noticias, más que con el entendimiento. Por ejemplo, alguien que intente encontrar una opinión objetiva acerca de la política exterior de los Estado Unidos con China, será mucho mejor aconsejado si se le dice que lea un par de libros en lugar de todo lo que pueda encontrar acerca de ese país, durante todo el año siguiente, en el New York Times. El diario le ofrecerá una miscelánea de hechos transitorios. Los libros le proporcionarán una estructura sólida, y sólo gradualmente cambiante, que hará coherentes y comprensibles los acontecimientos actuales.

Lo que se necesita saber en realidad, a fin de contar con una opinión informada acerca del tópico tratado, es cierta comprensión de las instituciones y la historia chinas; precisamente el tipo de información que es difícil de obtener a través de los medios de aparición periódica. Los medios de comunicación se desenvuelven laboriosamente al referir la acción presente, de esta semana. Pero lo que sucede actualmente en China sólo es producto de características y tendencias implícitas en la sociedad de ese país, y las personas que se han abstenido de leer previamente los libros adecuados no pueden empezar a interpretarlas correctamente.

El carácter transitorio de la mayoría de la información obtenible a partir de los medios tendría pocas consecuencias si la atención no fuera un recurso terriblemente escaso. El tiempo empleado en leer el periódico o ver la TV ya no es, por lo tanto, disponible para adquirir estructuras conceptuales e información básica, la información que haría inteligibles los informes de sucesos más transitorios. Creo que una sociedad que se volviera sumamente sensitiva a la escasez de atención podría modificar sus hábitos de lectura para distribuir ésta de manera más eficaz. Aun cuando en nuestra sociedad sean muy comunes las quejas respecto al flujo de información, existen pocas pruebas de personas que planeen deliberadamente estrategias para protegerse de lo transitorio y lo evanescente. A mucha gente le parece una idea novedosa el que las noticias no necesiten aceptarse por el simple hecho “de estar ahí”.

Expertos

Pero aun excluyendo de nuestra dieta la información de valor transitorio, ¿cómo seleccionaríamos nuestras lecturas? Después de que el ciudadano responsable lea los libros sobre China, tiene que leer uno sobre Afganistán, y no hay límite de libros. Todos experimentamos la abrumadora dificultad de estar adecuadamente informados. Pero contamos con medios para tratar esa dificultad, tanto en cuestiones de política como en otras concernientes a la medicina o la plomería: recurriendo a expertos. Cuando no podemos establecer los hechos relevantes, buscamos un experto que los conozca y oímos lo que tiene que decir. Incluso en ocasiones seguimos su consejo sin pedir una explicación detallada.

¿Cómo encontrar expertos que lo sean en realidad? ¿Cómo los acreditamos y legitimamos? Aunque no siempre lo hagamos de la mejor manera posible, nuestra sociedad, y otras que han alcanzado una etapa de desarrollo, han aprendido cómo hacerlo mejor. Por ejemplo, el Congreso de los Estados Unidos ha recurrido cada vez más a la Academia Nacional de Ciencias y sus organizaciones afiliadas, la Academia Nacional de Ingeniería, el Instituto de Medicina y el Consejo Nacional de Investigación, en busca de información y consejo. Este grupo de instituciones se encuentra en posición de identificar y servirse de la mayor parte de la experiencia científica, médica y de ingeniería que tiene nuestro país, relacionada con cualquier tópico que resulte pertinente para las deliberaciones sobre la política pública en la actualidad.

Pero, ¿cómo podemos estar seguros de que éstos (o cualquiera otros) son los expertos idóneos? Y, ¿cómo conservamos en condición de honestidad a los expertos?, ¿cómo cerciorarnos de que sus intereses no influirán en sus consejos? A cierto nivel, el problema del consejo influido por el interés se resuelve fácilmente; a otro, de un modo nada fácil, Es fácil requerir que los expertos revelen vínculos financieros o responsabilidades profesionales que podrían conducir a un conflicto de intereses al proporcionar información y consejo. Tal requerimiento de revelar cosas es algo rutinario actualmente en nuestra sociedad, al apelar a expertos, como cuando el gobierno busca consejo a través de las organizaciones arriba mencionadas.

Pero hay una cuestión más sutil respecto al conflicto de intereses, que se deriva directamente de la racionalidad humana limitada. El hecho es que, si nos comprometemos en una actividad particular y dedicamos una parte importante de nuestra vida a tal actividad, seguramente le asignaremos una importancia y valor mayores que los atribuidos antes de nuestro compromiso con dicha actividad, Sin un hombre se gana la vida diseñando plantas de energía nuclear, tendríamos muchas probabilidades de ganar si apostáramos a que probablemente se negará a firmar una petición contra la construcción de una planta en la ciudad donde vive. Probablemente ustedes ni se molestaran en pedírselo, sino que buscarían un firmante en otro lado.

En ocasiones nos resulta muy difícil no llegar a la conclusión, a partir de tales hechos, de que los seres humanos son criaturas bastante deshonestas. Quien su comida come, sus canciones canta. Sin embargo, la mayor parte de las predilecciones que surgen de las ocupaciones y preocupaciones humanas no pueden describirse correctamente como arraigadas en la deshonestidad, lo cual tal vez la haga más insidiosa de lo que sería.

Los seres humano no ven todo el mundo; ven la pequeña parte en que viven y son capaces de urdir toda clase de racionalizaciones respecto a esa parte del mundo, principalmente con miras a engrandecer su importancia. Proseguiré un poco más con el ejemplo nuclear, ya que proporciona muchas excelentes ilustraciones del fenómeno. Hace más de diez años, cuando dos dispositivos en el Laboratorio Livermore produjeron ciertas estadísticas que mostraban supuestamente que los riesgos para la salud ocasionados por las radiaciones en los alrededores de las plantas nucleares eran considerablemente mayores de lo que se había pensado, la primera reacción de la gente asociada con la energía nuclear fue cerrar filas. Con pocas excepciones, no se dijo: “Contemplemos el asunto más de cerca. Nombremos una comisión impecable y conocedora para que encuentre la verdad.” Al contrario, la reacción de más?” fue: “¿Por qué: esos irresponsables están hablando?”.

Por aquel entonces me encontraba relativamente cerca de tales acontecimientos en calidad de miembro del Comité Científico Consultivo Presidencial, y recuerdo haberme sorprendido ingenuamente por la insensibilidad de los “enterados” de la profundidad del interés público. Muchos de los “enterados” eran mis amigos o conocidos, personas íntegras de quienes no sospechaba de venalidad en forma alguna. Lo que los cegaba a la necesidad de una consideración imparcial de los hechos era el “conocimiento” que habían adquirido a través de años de asociación con el desarrollo de la energía nuclear, la convicción de que esta tecnología era un beneficio para la humanidad, de que abrían nuevas clases de productividad, nos aligeraba de nuestra dependencia de los combustibles fósiles no renovables, y la seguridad de que, seguramente, no causaba riesgos inusitados para la salud, que no hubieran sido ya previstos y tratados. La profundidad de su compromiso les impedía considerar objetivamente si las pruebas estaban de su parte.

Cuando una cuestión se vuelve sumamente controvertida -cuando se encuentra rodeada de dudas y valores incompatibles-, entonces la pericia es difícil de obtener y deja de ser fácil legitimar a los expertos. En estas circunstancias, encontramos que hay expertos para lo afirmativo y expertos para lo negativo. No podemos determinar tales cuestiones cediéndolas a grupos particulares de expertos. En el mejor de los casos, podemos convertir la controversia en un procedimiento opuesto en el que nosotros, los profanos, escuchamos a los expertos pero tenemos que juzgar entre ellos.

Conocimiento de las instituciones políticas

Entre las deficiencias de nuestro conocimiento que interfieren con nuestra eficiencia como participantes del proceso político, se encuentran las insuficiencias de nuestra comprensión acerca de las propias instituciones políticas. Hay cantidad de cosas referentes a los seres humanos, sólo parcialmente comprendidas, que realmente necesitaríamos conocer para ser participantes eficientes y responsables del proceso político.

Por ejemplo, el diseño correcto de las instituciones políticas depende de una acertada apreciación de la perfectibilidad del hombre. Ciertas medidas políticas y económicas funcionarán únicamente si todos los seres humanos (o la mayoría), situados bajo esos planes se conducen de manera altruista, o por lo menos en conformidad con las necesidades sociales. La Nueva Sociedad debe producir un Hombre Nuevo. Durante nuestra vida, por lo menos dos importantes revoluciones, la rusa y la china, se han proclamado sobre el supuesto de que al cambiar las instituciones puede cambiarse la conducta humana. La mayoría de nosotros ha concluido que ninguna de estas dos revoluciones produjo los cambios deseados en la conducta. No obstante, la cuestión persiste: ¿hay cierto tipo de cambio en las instituciones sociales que, de hecho, cambie fundamentalmente a los seres humanos, los vuelve, digamos, más altruistas u obedientes a la ley? Los debates sobre el trato a criminales por lo regular dependen precisamente de esta cuestión.

Los argumentos evolucionistas señalados en el capítulo II sugieren que la conducta puede ser cambiada en realidad por las instituciones, por lo menos hasta el grado de incrementar o disminuir el altruismo débil. La posibilidad de producir cambios profundos permanentes -digamos, en la obediencia -, es más problemática. Hoy en día hay pocas bases empíricas para respuestas claras a estas cuestiones , a menos que tomemos las pruebas negativas de las revoluciones como algo decisivo.

Sin embargo, con respecto a otras importantes cuestiones, existe un conocimiento científicos que podría ayudarnos a diseñar y elegir instituciones y procedimientos políticos más eficaces, conocimiento que los científicos políticos han acumulado y probado durante cierto tiempo. En nuestra sociedad tenemos el desafortunado hábito de clasificar nuestras instituciones políticas de dos maneras diferentes. Los días en que estamos contentos las llamamos democracia; los días en que estamos desconsolados las llamamos política. No decidimos reconocer que “política”, usada en sentido peyorativo, es simplemente un rubro para algunas de las características de nuestras instituciones políticas democráticas que por causalidad nos disgustan. Ni “política” ni “democracia” describen completamente esas instituciones, y no resolvemos ningún problema al clasificar sus aspectos deseados o indeseados de esta manera particular.

Hace algunos años acepté la presidencia de un comité encargado de revisar la controvertida ley de Pennsylvania sobre el control de precio de la leche. Algunos de los miembros del comité eran propietarios de granjas lecheras y otros eran comerciantes del producto o funcionarios del sindicato de choferes transportistas de leche. También había dos miembros que se suponía representaban a los consumidores, y dos “miembros del público” sin ningún interés directo en la industria de la leche. En las reuniones en torno a la mesa del comité, difícilmente pasaba una hora sin que alguno de los miembros golpeara la mesa y prorrumpiera en invectivas contra los “políticos.” En una u otra ocasión, virtualmente todos los miembros incurrían en este comportamiento y eran completamente inconscientes de este hecho. Nunca se les ocurrió, que como miembros de ese comité (mucho más como cabilderos, función que también desempeñaban muchos de ellos), eran políticos. Para ellos “políticos” era simplemente una blasfemia, un término que no podían imaginar aplicado a sí mismos.

Esta ingenuidad respecto a la política y los políticos invade nuestra sociedad. Es muy perjudicial para nuestra instituciones políticas. Haríamos bien en considerar a estas instituciones con mayor sofisticación; haríamos bien en reconocer que tienen tumores. Podemos tratar de extirpar los tumores, pero debemos reconocer que ciertas clases de fenómenos políticos -la tentativa de influir sobre la legislación o la administración de las leyes, la defensa de intereses especiales- resultan esenciales para la operación de instituciones políticas en una sociedad donde de hecho hay gran diversidad de intereses, y en donde se espera que la mayoría de la gente preste cierta atención a sus propios intereses. Las actividades que llamamos “políticas” simplemente son otra manifestación de la propensión de los seres humanos a identificarse con metas personales y tratar de realizarlas en una forma legítima.

Algunas de las nociones que tenemos respecto al fundamento de votar están relacionadas con nuestras falaces creencias relativas a la política y la democracia. En sociedad existe la creencia difundida (o, por lo menos, una conducta compatible con tal creencia) de que después de ver y escuchar a un candidato por televisión, se pueden hacer predicciones acerca de la manera en que actuaría si fuera elegido para el cargo. Por el contrario, hay muchísimas pruebas obtenidas en experimentos socio-psicológicos de que los seres humanos al observar a otros de sus semejantes (particularmente al observarlos proferir palabras que pretenden tener influencia), son extraordinariamente malos predictores del significado de estas palabras y de lo que implican en términos de la conducta. Por ejemplo, hay buenas pruebas de que si un televidente se encuentra favorablemente predispuesto hacia un candidato, interpretará sus declaraciones, cualesquiera que sean, como concordantes con su propia posición sobre el tema; en tanto que si el televidente se encuentra desfavorablemente predispuesto hacia el candidato, interpretará las mismas declaraciones como en desacuerdo con su posición.

Así, nos encontramos pegados al televisor, escuchando los discursos de campaña y suponiendo que de un modo u otro obtenemos información pertinente para la decisión sobre cómo votar. Incluso contamos con una consigna para justificar nuestra conducta: “Vota por el hombre, no por el partido.” Supongamos que estamos interesados en predecir las decisiones que tomará un candidato afortunado durante el periodo de sus funciones y que en particular deseamos que estas decisiones estén lo más de acuerdo posible con nuestros valores. ¿Lo que podemos aprender , a partir de la televisión u otros medios de comunicación, acerca de las cualidades personales del candidato, es un augur de su conducta subsecuente mejor o peor que la afiliación a su partido? Todas las pruebas a mi alcance, y son varias, indican que la afiliación al partido es, con mucho, el pronóstico más confiable.

El creciente orgullo de los votantes por ser “independientes” de la fidelidad al partido ha debilitado mucho los partidos políticos en los Estados Unidos. No sólo ha aumentado la vulnerabilidad del sistema político a la demagogia, sino que ha incrementado significativamente la dificultad de formular y promulgar políticas públicas y, en particular, de constituir mayorías que se encuentren situadas cerca de la corriente principal de preferencias de los votantes. Durante casi dos siglos los partidos han servido como mecanismos razonablemente eficaces en el complejo proceso de comprometer y pactar, mediante el cual se constituyen las mayorías y se formulan las políticas. Actualmente han dejado de desempeñar esa función. La ilusión de monadismo que sirve de fundamento al concepto del “votante independiente”, ha reducido el nivel de racionalidad cívica al destruir la capacidad de prever la conducta sostenida por la organización del partido.

Quisiera tener una lista de prescripciones impecables para el comportamiento del ciudadano responsable en una democracia. Los estudiantes que han recibido cursos universitarios normales, introductorios a la ciencia política y la economía, parecen conducirse en la palestra política con una sofisticación no mayor que la de los votantes que no han tomado tales cursos. Eso puede ser un comentario sobre los cursos, o sobre el carácter incorregible de los estudiantes. Cualquiera que sea la forma en que se interprete, es evidente que no hemos encontrado medios eficaces para la educación cívica. No hemos descubierto una forma de utilizar el tiempo y atención limitados que la gente desea dedicar a su educación cívica para producir un razonable nivel de sofisticación respecto a la forma en que funcionan nuestras instituciones políticas. No sabemos cómo los votantes pueden extraer eficazmente la información que se encuentra a su disposición, relativa a resultados y candidatos; o cómo deben intentar la selección de expertos en quienes confiar.

La ignorancia respecto al proceso político ha engendrado cinismo, del cual es sólo un síntoma el uso peyorativo del término “política”. El pedestal sobre el cual se sitúa la “democracia” sólo agudiza el contraste entre ideal y realidad. Probablemente los mejores antídotos para este cinismo sean la educación dentro de un marco realista de instituciones políticas democráticas y la discusión normativa de metas realizables para tales instituciones. Pero observo pocas señales de ambas cosas en los medios de comunicación o en las instituciones educativas.

¿El conocimiento es la respuesta?

¿Tenemos a nuestra disposición el conocimiento (si consiguiéramos el acceso a éste y lo utilizáramos) que necesitamos a fin de tomar decisiones razonablemente sensitivas acerca de las cuestiones principales de política pública? La respuesta varía de un caso a otro. Propongo a continuación una tríada de ejemplos, que más o menos abarcan lo continuo.

Primero, existen los grandes problemas cruciales, de primerísima prioridad, de la guerra y la paz. En este punto tenemos razón para el pesimismo, porque no es claro qué clases de información o conocimiento podríamos reunir, o qué clases de investigación científica podríamos emprender para abordar con mayor facilidad que en la actualidad las confusiones y complejidades de las políticas para el mantenimiento de la paz. Resulta particularmente difícil si tenemos varias metas, como nos sucede a la mayoría. Queremos conservar la paz; también queremos mantener las características esenciales de nuestras instituciones y de nuestras libertades. Encuentro difícil imaginar las clases de mejoras en nuestro conocimiento objetivo que harían menos confusos estos problemas.

El origen principal de la dificultad reside en que las cuestiones de la guerra y la paz implican no sólo incertidumbre respecto a nuestra conducta bajo una variedad de circunstancias difíciles de imaginar por anticipado, sino también incertidumbre respecto a las conductas de otras naciones y la clase de juego de adivinanzas en el que estamos comprometidos. Desconozco cómo podría abordarse esto de manera científica, con el auxilio de nuestro conocimiento científico actual.

Pero cuando volvemos al segundo ejemplo, el problema de la energía y el medio ambiente, encontramos toda una gama de procedimientos de investigación y desarrollo que no sólo pueden ayudarnos a comprender mejor las alternativas tecnológicas conocidas y sus consecuencias, sino también extender la serie de alternativas por considerarse. Por ejemplo, conocemos mucho mejor que hace quince años los efectos que tiene sobre la atmósfera y el clima el incremento de la producción de dióxido de carbono o los efectos de la lluvia de ácido sobre el crecimiento de las plantas y las poblaciones lacustres. Y sabemos mucho mejor cómo corregir estos problemas.

Mi tercer ejemplo, la política económica, se encuentra aproximadamente a la mitad de mi escala de optimismo. La razón es que la operación de la economía depende críticamente de las expectativas humanas respecto al futuro y las reacciones humanas a tales expectativas , y éste es un campo extremadamente difícil de estudiar.

Actualmente está de moda afirmar que si de hallaran cinco economistas diferentes en una habitación, habría cinco diferentes opiniones respecto al modo de operar de la economía y sobre cómo mejorar su operación. En cierta forma, es cierto. Mediante la adecuada selección de expertos (requiriéndose o no, como se desee, que todos posean doctorados en economía), es posible obtener algún consejo respecto a las políticas económicas nacionales. Sin embargo, el desacuerdo entre economistas de limita en su mayoría a un número reducido de asunto críticos y se concentra principalmente en la cuestión de cómo la gente desarrolla expectativas respecto al futuro. Un partidario de recibir asistencia revelará que si se hace redituable la inversión, ya sea abaratando el dinero, reduciendo los impuestos o de alguna otra forma, la inversión aumentará considerablemente. Alguien que sostenga expectativas racionales revelará que la gente no puede ser engañada respecto al futuro; sus expectativas representan estimaciones realistas de la ubicación del equilibrio hacia el cual se traslada el sistema económico. Un keynesiano establece supuestos aún diferentes respecto a las expectativas ¿Quién está en los cierto? Desafortunadamente, no lo sabemos. No contamos simplemente con los datos referentes a la forma en que los seres humanos desarrollan sus expectativas y actúan sobre ellas, lo que necesitaríamos a fin de comprobar las hipótesis del partidario de recibir asistencia o del que hace expectativas racionales; o del responsable de equilibrar el presupuesto, el pecuniario o el keynesiano. Hoy en día esta es el área principal de desacuerdo entre las diferentes escuelas del pensamiento económico. No es un área muy grande, pero ocupa una posición incómodamente estratégica dentro de la estructura de la teoría económica y su aplicación a la política pública.

Tal como ilustran estos tres ejemplos, la vigorosa búsqueda de la investigación y el desarrollo en las ciencias naturales y sociales, puede otorgarnos una valiosa ayuda en aquellas áreas de decisión en donde el conocimiento es un factor limitante primordial. Pero el conocimiento científico no es la piedra filosofal que va a resolver todos estos problemas.

Conclusión.

He planteado que la razón humana no es tanto un instrumento para modelar y predecir el equilibrio general del sistema del mundo en su conjunto, o crear un importante modelo general que considere todas las variables en todo tiempo, sino un instrumento para explorar necesidades y problemas parciales y específicos. Advierto un beneficio relativamente insignificante, a partir de la perspectiva olímpica, indicando por el modelo USE de racionalidad. El argumento evolucionista, que desarrollé en el segundo capítulo, contra la viabilidad del altruismo puro, sugiere que al desarrollar nuestra política y en nuestra toma de decisiones privada, probablemente sea razonable suponer, como primera aproximación, que la gente actuará a partir del interés personal. De aquí que una importante tarea de cualquier sociedad sea crear un medio social en el que sea razonable esclarecer el interés personal. Si queremos que una mano invisible comprometa todo en cierta clase de armonía social, debemos estar seguros, en primer lugar, de que nuestras instituciones sociales estén formadas para descubrir nuestros mejores intereses y, en segundo, que no requieran de sacrificios importantes del interés personal de mucha gente durante mucho tiempo.

La razón, tomada en sí misma, es instrumental. No puede seleccionar nuestras metas finales, tampoco puede interceder en nuestro favor en los conflictos teóricos sobre la meta final a seguir; tenemos que determinar estas cuestiones en otra forma. Todo lo que la razón puede hacer es ayudarnos a alcanzar, de un modo más eficaz, las metas convenidas. Pero, por lo menos en este respecto, lo estamos logrando mejor.
En un modesto grado, los poderes de la razón humana han evolucionado, especialmente nuestra habilidad para tratar con las relaciones simultáneas, y estos nuevos progresos de nuestras herramientas de razonamiento, puede decirse, representan un cambio cualitativo en el pensamiento humano. Así como la habilidad para poner nuestros pensamientos en el papel nos hizo capaces, con la invención de la escritura, de abordar problemas de nueva complejidad, del mismo modo hemos avanzado, y lo seguimos haciendo, en nuestra habilidad para predecir las consecuencias de nuestras acciones y concebir nuevas alternativas. Estos avances aún nos dejan muy cortos en cuanto a nuestra facultad para manejar todas las complejidades del mundo. Pero el mundo -incluso el contemporáneo, afortunadamente- está vacío en su mayor parte, con la mayoría de las cosas sólo débilmente relacionadas entre sí, y es únicamente con este mundo con el que tiene que vérselas la razón humana.

No hay peligro de alcanzar un estado estable en nuestra sociedad, ni en cualquier otra, en el que todos los problemas hayan sido resueltos. Tal estado sería, en cualquier acontecimiento, bastante tedioso. Sería suficiente con mantener disponible para nuestros descendientes, en cualquier acontecimiento, una serie tan amplia de alternativas como la que nuestros ancestros nos dejaron, para resolver muchos de los problemas que avanzan, de modo que nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos no se hallen encajonados dentro de algo más estrechos de lo que nosotros estuvimos. Esa meta más factible para la política social que la Utopía del Ahora (o aun la Utopía del Mañana). Es más razonable que suponer que esas cosas que llamamos problemas humanos se han asociado con algunas otras llamadas soluciones y que, una vez que las hayamos descubierto, los problemas pasarán.

Para consumar la meta más limitada, ¿bastará con apelar al interés personal esclarecido? Eso depende de los constreñimientos que pongamos sobre el esclarecimiento. El éxito depende de nuestra capacidad para ampliar los horizontes humanos de modo que la gente tome en cuenta, al decidir lo que es para su propio interés, una serie más amplia de consecuencias. Depende del hecho que todos nosotros lleguemos a reconocer que nuestro destino está ligado al de todo el mundo, que no hay ningún interés personal esclarecido, o incluso viable, que no considere a nuestra vida en una forma armoniosa con nuestro medio ambiente total.