Algunas características centrales de la teoría institucional.

A. Comparando el “nuevo” y el “antiguo” institucionalismo.
Cuál es la diferencia esencial entre el “nuevo” y “antiguo” institucionalismo? La
respuesta a esta pregunta se dificulta aún más debido a que no existe unanimidad,
incluso entre sus seguidores, sobre lo que precisamente debe incluirse en la “nueva”
versión. No obstante, una respuesta es posible, si nos concentramos en el núcleo
teórico común de algunos de los escritos de los “nuevos” más prominentes e
influyentes, tales como North (1981), Richard Posner (1973), Andrew Schotter (19819,
y Williamson (1975). A pesar de sus diferencias analíticas y políticas, existen algunos
presupuestos comunes que subyacen en todos estos trabajos.
La característica “nueva” del proyecto institucionalista es el intento de explicar el
surgimiento de las instituciones, tales como la empresa o el estado, haciendo
referencia a un modelo racional del comportamiento individual, rastreando las
consecuencias no intencionales en términos de la interacción humana. Inicialmente se
presume un “estado de naturaleza” libre de instituciones. La explicación parte de los
individuos hacia las instituciones, tomando a los individuos como dados. Este enfoque
es por lo general descrito como “individualismo metodológico”. [8]
Mucho tiempo atrás, bajo esta vertiente, Carl Menger, observó el surgimiento de la
institución del dinero como un proceso inconciente (“undesigned”) de las interacciones
y comunicaciones de agentes individuales. Una vez que regularidades convenientes se
vuelven prominentes, toma lugar un proceso circular de reforzamiento institucional.
Surgiendo para superar los obstáculos del trueque, el dinero se elige debido a que es
conveniente y es conveniente porque es elegido. Otros ejemplos similares en la
literatura institucionalista “nueva” incluye convenciones del tráfico (Schotter 1981;
Robert Sudgen 1986). Por ejemplo una vez que la mayoría de los automovilistas se
mantienen en el lado derecho de la calle, claramente es más racional que todos sigan
la misma regla. Por consiguiente, el surgimiento de la convención se refuerza y se
institucionaliza por imitación y por el uso eficiente de “toda la información relevante”
(Schotter 1981, p. 160). Podemos esquematizar esta idea central en términos de una
elipse como se muestra en la siguiente figura:
La elipse Institucional Acción-Información
Al igual que en los escritos de Menger, este importante tema central de la elipse
acción-información, es claramente evidente, por ejemplo, en la teoría del desarrollo del
capitalismo North (1981), el análisis del costo-transacción de la empresa de Williamson
(1975) y en el análisis de la teoría del institucional de Schotter (1981). No debe negarse
el valor de esta idea central.
Sin embargo, a pesar del adjetivo temporal, el “nuevo” institucionalismo está construido
sobre algunos presupuestos anticuados respecto el agente humano, derivados del
individualismo del Iluminismo. En esta tradición de 300 años, una idea clave es la
noción, en cierto sentido, de que se puede “dar por supuesto”, al individuo. Por
consiguiente el individuo se toma como la unidad básica en la teoría económica.
Estrictamente hablando no se trata de la cuestión de si el teórico admite o no de que
los individuos – o sus necesidades y preferencias-, cambian con las circunstancias. De
hecho, muchos economistas admiten que los individuos podrían cambiar de ese modo.
Lo crucial es que el economista individualista asume, para los fines de la investigación
económica, que los individuos y sus funciones de preferencia deben tomarse como
dadas. Por lo tanto el criterio de demarcación no es el tema de la maleabilidad del
individuo per se, sino la deseabilidad, o de lo contrario, de considerar este asunto como
materia importante o legítima para el análisis económico. La opinión común entre los
economistas de la corriente principal de que los gustos y las preferencias no forman
parte de la explananda [9]de la economía se deriva directamente de esta tradición
individualista. Igualmente, la concepción de la economía “como una ciencia de la
elección” toma al individuo elector y sus funciones de preferencia como dadas. En
contraste con el “antiguo” institucionalismo, el “nuevo” institucionalismo también a
retomado tales presupuestos individualistas.
Una línea común en la literatura del “antiguo” institucionalismo, desde Veblen a través
de Commons, Mitchell, hasta Myrdal y Galbraith, es la idea que en el análisis
económico el individuo no siempre tomarse como algo dado. El uso generalizado de
funciones de preferencia dadas, para el modelo de los individuos es rechazado por
institucionalistas. Los individuos interactúan para formar instituciones, mientras que las
metas de los individuos o sus preferencias a su vez son modeladas por las condiciones
socio-económicas. El individuo es tanto productor, así como producto, de sus
circunstancias. [10]
Es posible distinguir el nuevo institucionalismo del “antiguo” por medio del arriba
mencionado criterio. Esta distinción se sostiene a pesar de importantes diferencias
teóricas y en materia de políticas, tanto dentro del nuevo así como del antiguo campo
institucionalista. [11] No obstante, existen dificultades conceptuales con el enfoque del
“nuevo” institucionalismo. Más adelante se argumenta que el procedimiento de partir
del supuesto del individuo dado, en un “estado de naturaleza” libre de instituciones,
está teóricamente mal concebido. Por consiguiente, la evolución en la “nuevo”
institucionalismo demuestra signos que conceden terreno al “antiguo” o por lo menos
creando la posibilidad de un diálogo productivo entre las dos aproximaciones.
Es notable que algunos economistas de la corriente principal parecen estar
moviéndose hacia el punto de vista de que el individuo no debe tomarse como dado, J.
Stiglitz (1994, pp. 272.273), ha aceptado que “ciertos aspectos de la naturaleza
humana son endógenos al sistema (...) la teoría económica tradicional estaba
claramente en error al tratar individuos como inmutables”. Un tema principal en la
agenda de la economía institucional es incorporar una concepción, contextodependiente,
del agente humano dentro de una teoría sistemática y rigurosa.
B. La agencia y el hábito
Al rechazar el enfoque de la principal corriente de la teoría económica, con su
concepción del individuo maximizador de utilidades, los fundadores del “antiguo”
institucionalismo promovieron una concepción alternativa de la agencia humana. Dicha
alternativa estaba bien desarrollada para comienzos del siglo XX en los escritos
influyentes psicólogos del instinto tales como William James y William McDougall, y
filósofos pragmatistas como Charles Sanders Peirce. Para todos estos escritores la
influencia de la biología darwiniana fue crucial. Aunque la psicología del instinto fue
subsecuentemente superada por el conductismo (“behaviorism”) (Carl Deger 1991) hoy
está disfrutando su rehabilitación (Leda Cosmides y John Tooby 1994a, 1994b; Plotkin
1994; Arthur Reber 1993).
Siguiendo a éstos destacados psicólogos y filósofos de su tiempo, los primeros
institucionalistas observaban el hábito como el fundamento de la acción humana y de
las creencias. En lo general el hábito puede ser definido como una propensidad ha
llevar a cabo un patrón de comportamiento previamente adoptado, auto-realizable y sin
deliberación. Un hábito es una forma de comportamiento, no reflexivo, auto-sustentable
que surge en situaciones repetitivas. Muchos economistas modernos han hecho
referencia al hábito. No obstante, los economistas de la corriente principal lo
consideran como una evocación o apéndice de la elección racional, y por lo tanto
explicable en dichos términos. Los hábitos son observados como el resultado de una
elección previa, o un como un mecanismo consciente (“deliberate”) para evadir una
deliberación sin fin. La racionalidad por lo tanto retiene su primacía explicativa ( Becker
992, Robert Pollak 1970). primeros institucionalistas fue muy diferente. La flecha
explicativa iba en dirección opuesta: en lugar de explicar los hábitos en términos de la
elección racional, la elección racional se explicaba en términos de hábitos. Además, el
hábito estaba articulado al conocimiento y la creencia, observando la esencia de la
creencia como el establecimiento del hábito. Todas las ideas, incluyendo creencias,
preferencias y formas racionales del cálculo, eran consideradas como adaptaciones
evolutivas ante las circunstancias, establecidas a través de la adquisición de
propensidades rutinarias (“habitual propensities”). A primera vista, ambos enfoques
parecen factibles: El hábito puede verse como el fundamento de la elección racional, o
la elección racional puede verse como el procreador de los hábitos. El hecho de que los
economistas muestran una inclinación rutinaria de afirmar lo último no debe ocultar la
posibilidad de un orden inverso. (Si la afirmación de la prioridad de la racionalidad
sobre la del hábito es sencillamente, ella misma, un asunto del hábito, entonces por
ese hecho queda (“undermined”) debilitada). El problema de la adjudicación entre estos
dos paradigmas no es tan sencillo como se generalmente se presupone.
Es como si los institucionalistas y los teóricos de la elección racional se hayan
enfrascado en un juego de encapsulamiento entre oponentes, de un siglo de duración
(“game of Go”). [12] Cada uno ha estado ubicando las piezas de un argumento de una
manera intricada para intentar rodear los postulados del otro. Notablemente, no
obstante, destacados postulantes del paradigma de la elección racional, tales como
Becker (1962) han demostrado que un comportamiento “irracional” en el cual los
agentes están gobernados por el hábito y la inercia, es tan capaz de predecir la curva
de la demanda con una inclinación hacia abajo así como la actividad de las empresas
buscando ganancias. Becker demostró cómo la inclinación negativa de la curva de la
demanda puede ser consecuencia del comportamiento rutinario (“habitual”). Los
actores “pueden decirse estar comportándose no sólo como ´si es que´ son racionales,
sino también ´como si es que´ son irracionales: la principal pieza de evidencia empírica
justificando la primera afirmación, también, igualmente puede justificar la segunda”
(Becker 1962, p. 4). También Kenneth Arrow ha aceptado la posibilidad de un enfoque
alternativo fundamentado en el hábito. Después de delinear un modelo posible del
comportamiento humano “no racional” y fundamentado en el hábito, subraya: “Sin
exagerar el tema (“Belaboring”), yo sencillamente observo que esta teoría no es
solamente una explicación lógica completa del comportamiento sino además una que
es más poderosa que la teoría stándard y por lo menos tan capaz como para ponerse a
prueba (Arrow, 1986 p. S386)”. Por consiguiente “la exactitud de las predicciones” u
otros criterios comunes para seleccionar a teorías no dan una victoria predeterminada a
la de la elección racional. Argumentos comunes para considerar como preeminente a la
elección racional no llevan mucho peso como se ha supuesto. Esta cuestión de la
primacía explicativa del hábito versus la de la elección racional la exploraremos más
adelante. Por ahora, existe por lo menos prima facie el caso para examinar el
tratamiento distintivo del hábito en el trabajo de los “antiguos” institucionalistas.
Para muchos de los economistas de la corriente principal, la caracterización del agente
impulsado por el hábito les parece excesivamente determinado, aparentemente
negando la libre voluntad y la elección.[13] Sin embargo se puede argumentar que la
concepción del agente como un maximizador de utilidades fundamentado en funciones
de preferencias fijas en si misma niega la libre voluntad y la elección. Un individuo
dominado por sus preferencias es hecho prisionero, no solo de su medio ambiente,
sino también de su función de utilidad. Es como si ella fuese un robot, programada por
sus preferencias. Dentro tal maquinaria determinista, críticos difícilmente encuentran un
lugar para una verdadera elección. Como señaló una vez James Buchanan: ”La
elección por su naturaleza, no puede estar predeterminada y decirse elección” (1969, p.
47).
Intentando obtener una mayor comprensión de la naturaleza de la agencia humana,
estamos haciendo referencia a un antiguo, altamente complejo, e inadecuadamente
resuelto problema filosófico y psicológico. En algunos de los mejores escritos del área
encontramos intentos para reconciliar el comportamiento rutinario, por un lado, y por el
otro, acción con metas, elección, novedad y creatividad (Michael Polyanyi 1967;
Murphy 1994, Plotkin 1994). Común a dichos enfoques es la idea de que el hábito es el
fundamento del comportamiento aprendido. Por consiguiente, examinando la forma en
que se adquieren nuevos hábitos es importante como un reconocimiento a su
durabilidad. Este doble énfasis es tema del institucionalismo de Veblen y otros, y
actualmente mantiene su relevancia teórica.
C. Desde los hábitos hacia las Instituciones.
Una de las definiciones más útiles de una institución fue elaborada por el economista
institucional Walton Hamilton (1932, p. 84). El observaba una institución como “una
forma de pensamiento o acción permanente o prevaleciente, la cual estaba empotrada
(“embedded”) en los hábitos de un grupo o costumbres de la gente.” Esto desarrolla
una previa definición de una institución por parte de Veblen (1919, p. 239), como
”hábitos establecidos de pensamiento comunes a la generalidad de los hombres”.
Notablemente, en el “antiguo” institucionalismo, el concepto de hábito juega un role
central tanto en su definición de una institución, así como en su imagen de la agencia
humana.
Aunque, en contraste, las definiciones de una institución en el “nuevo” institucionalismo
típicamente no incluyen la idea del hábito, a menudo comparten con el antiguo
institucionalismo, una concepción general -en vez de una particular- de la institución.
Las instituciones son consideradas como regularidades generales de comportamiento
social (Schotter 1981, p. 11) o “las reglas del juego en sociedad o (...) las restricciones
desarrolladas por humanos que dan forma a la interacción humana (North 1990, p. 3).
Igualmente, todas estas definiciones, “nuevas” y “antiguas” del institucionalismo,
suponen un concepto relativamente amplio. Ellas engloban no sólo organizaciones –
tales como corporaciones, bancos, y universidades- sino también entidades sociales
sistemáticamente integradas tales como el dinero, lenguaje y el Derecho. La razón de
una definición tan amplia de una institución se debe a que todas las anteriores
entidades suponen características comunes:
Todas las instituciones suponen la interacción de agentes, con retroalimentación de
información cruciales. Todas las instituciones tienen un número de características,
concepciones comunes y rutinas. Las instituciones sostienen y se sustentan por
concepciones y expectativas compartidas.Aunque no son ni inmutables, ni inmortales,
las instituciones tienen una cualidad relativamente durable, autoreforzadas y
persistentes.
Las instituciones incorporan valores, y procesos de evaluación normativa. En particular,
instituciones refuerzan su propia legitimación moral: aquello que a menudo dura –para
bien o para mal- es visto como moralmente justo.
Una definición amplia de una institución es consistente con una antigua práctica en las
ciencias sociales. De manera más estrecha, las organizaciones se podrían definir como
un sub-tipo de instituciones, que suponen una coordinación deliberada. (Viktor Vanberg
1994), y reconocen principios de soberanía y comando. El lenguaje es un ejemplo de
una institución que no es una organización. Una empresa corporativa es una institución
y también una organización. Todas las instituciones y organizaciones exhiben las cinco
características antes vistas. Sin embargo, una diferencia clave entre el “antiguo” y
“nuevo” institucionalismo es de que en el primero el concepto de hábitos es central.
Para los “antiguos” institucionalistas, el hábito se consideraba como crucial en la
formación y sustento de las instituciones. Los hábitos forman parte de nuestras
habilidades cognitivas. Los marcos cognitivos se aprenden y se superan dentro de las
estructuras de la instituciones. El individuo se apoya en la adquisición de los hábitos
cognitivos, antes de que sea posible el razonamiento, la comunicación, la elección o la
acción.
Las destrezas aprendidas se empotran parcialmente en hábitos. Cuando los hábitos se
han convertido en una parte común del grupo o de la cultura social, se convierten en
rutinas o costumbres (Commons 1934, p. 45). Las instituciones son formadas como
complejos durables integrados de costumbre y rutinas. Hábitos y rutinas por lo tanto
preservan el conocimiento, particularmente el conocimiento tácito con relación a las
destrezas, y las instituciones actúan a través del tiempo como su correa de transmisión.
Se considera a las instituciones como imponiendo forma y coherencia social entre los
humanos, parcialmente a través de la continua producción y reproducción del
pensamiento y la acción. Esto supone la creación y promulgación de una esquema
conceptual (“schemata”) y símbolos y significados. Las instituciones son vistas como
una parte crucial de los procesos colectivos a través de los cuales los datos de la
experiencia son percibidos y comprendidos por los agentes. De hecho, como se discute
más adelante, la misma racionalidad se considera apoyada sobre bases institucionales.
La existencia de herramientas cognitivas comunes, así como las disposiciones
congénitas o las aprendidas, para que los individuos puedan adaptarse a otros
miembros del mismo grupo, funcionan conjuntamente para moldear las metas y las
preferencias de los individuos. Por consiguiente, los individuos no se toman como
dados. En la corriente principal de economía, se ha dicho tanta palabrería sobre las
nociones del individuo y su elección, que ha ayudado a oscurecer el verdadero grado
de conformismo o de emulación, incluso en economías competitivas modernas. Para la
perspectiva del “antiguo” institucionalismo, tales resultados son una parte importante
del proceso de reforzamiento institucional.
Desde la perspectiva del “antiguo” institucionalismo, la elipse institucional accióninformación
de la figura 1 (página ¿??) toma un lugar primordial. El comportamiento de
emular e imitar conduce a la ampliación de los hábitos, y ala emergencia o
reforzamiento, de las instituciones. A su vez, las instituciones promueven y subrayan
comportamientos y hábitos particulares y ayudan a transmitirlos a nuevos miembros del
grupo. Aquí el énfasis adicional concierne el role del hábito tanto para sostener el
comportamiento individual, así como para proveer a los individuos los medios
cognitivos por medio de los cuales la información recibida puede ser interpretada y
comprendida. Nuestra comprensión de las cualidades duraderas y de refuerzo de las
instituciones ha mejorado. La fuerza (“thrust”) del enfoque institucional “antiguo” es ver
el comportamiento habitual y estructura institucional como articulado y reforzado
mutuamente: ambos aspectos son relevantes para ver toda la foto (Commons 1934, p.
69). La elección de instituciones como las unidades de análisis no suponen
necesariamente que el role del individuo debe retroceder ante el dominio de las
instituciones. Se requiere un énfasis dual tanto en el de la agencia, así como en el de la
estructura, reminiscente de argumentos similares en sociología y filosofía (Roy Bhaskar
1979; A. Giddens 1984; Harrison White 1992). Tanto los individuos así como las
instituciones son mutuamente constitutivos de cada cual. Las instituciones moldean, y
son moldeadas por la acción humana. Las instituciones son tanto ideas “subjetivas” en
la mente de los agentes así como estructuras “objetivas” que se les enfrenta. Los
conceptos gemelos de hábito e institución tal vez ayuda a superar el dilema filosófico
en las ciencias sociales entre el realismo y el subjetivismo. Si bien los actores y
estructuras son diferentes, están, sin embargo, conectados en un círculo mutuo de
interacción e interdependencia. Resumiendo el argumento hasta aquí, se ha mostrado
en esta sección que la extensión del reconocimiento sobre la importancia de las
instituciones y las reglas en la sociedad humana está endosada por la economía
institucional en la tradición Veblen-Commons, pero con un énfasis adicional crucial en
el role del hábito. Un círculo de interacción entre actor y estructura se basa en los
conceptos articulados de hábito e institución. La sección IV, que sigue a continuación,
agrega mayor credibilidad a este argumento tomando en consideración algunas
dificultades que surgen cuando se rompe el círculo explicativo otorgándose una
prioridad explicativa al individuo sin sustento ontológico.