Economía, evolución e instituciones

Leonardo Lomelí


Economía, evolución e instituciones

Leonardo Lomelí Vanegas [1]
A lo largo de su historia, el pensamiento económico ha utilizado constantemente conceptos desarrollados por otras disciplinas, en particular las ciencias exactas y las naturales. No es casual este interés de los economistas por emular la estructura conceptual de aquellas disciplinas en las que se han construido los principales paradigmas del conocimiento científico, en un intento por lograr un mayor rigor metodológico y, sobre todo, por formular conceptos con un grado de abstracción y generalidad que permitan validar el estatuto científico del conocimiento económico.
Dos han sido las principales disciplinas que han aportado conceptos y enfoques metodológicos a la economía: la física y la biología. Los primeros economistas clásicos, entre ellos Adam Smith, y algunos de sus críticos más inteligentes, como Federico List, consideraron necesario fundamentar sus ideas económicas en un análisis de la historia económica que casi siempre incluyó elementos evolucionistas, que destacaban siempre que la difusión de las relaciones mercantiles constituía un estadio superior en la organización económica de las sociedades. Aún antes de que la teoría de la evolución de las especies revolucionara la biología, los economistas recurrieron constantemente al concepto de evolución en sus explicaciones sobre los ciclos económicos y demográficos.
La revolución marginalista inclinó la balanza del lado de quienes aspiraban a hacer de la economía una disciplina más cercana a la estructura conceptual de la física, de tal suerte que en los enfoques convencionales de la economía prevalecen las analogías con la física. El propio León Walras, en la introducción de sus Elementos de economía política pura, hizo explícita su convicción de que la llamada por él economía política pura o teoría de la riqueza social era una ciencia físico-matemática. [2]
La historia del pensamiento económico presenta cierta tensión entre los enfoques estáticos y dinámicos. John Stuart Mill, al tratar de aplicar las ideas de Comte a la economía, distinguía entre las leyes de la producción, que definían la llamada estática económica, de las leyes de la distribución, que cambian como consecuencia de la evolución de la sociedad. Comte a su vez había propuesto como ejes de la sociología la estática y la dinámica sociales, el análisis de la estructura, relaciones y funcionamiento de una sociedad en un momento en el tiempo, y la manera como esa estructura y esas relaciones evolucionan hacia estadios superiores. De los conceptos de estática y dinámica sociales deriva directamente la premisa positivista de orden y progreso: el primero como condición del segundo; la evolución como el camino que debían seguir las sociedades, en lugar de la revolución, para alcanzar mejores condiciones materiales de existencia y formas de organización política y social superiores. En síntesis, una sociedad que avanza por la senda del progreso como resultado de la aplicación del conocimiento científico a las esferas de la economía y del gobierno.
Existe una gran variedad de enfoques dinámicos en el pensamiento económico. Prevalecen los enfoques deterministas, ya que la economía neoclásica no contempla otra forma de progreso que no sea la ampliación de mercados y la reducción de costos basada en sucesivas mejoras tecnológicas. El papel de las instituciones en el desarrollo económico no había sido considerado por la corriente principal del pensamiento neoclásico, si bien a fines del siglo XIX Thorstein Veblen inició la primera escuela institucionalista en la historia del pensamiento económico. En las últimas décadas, la aparición del nuevo institucionalismo ha generado una importante historiografía económica que recupera la importancia de las instituciones en el desarrollo económico, pero como una ampliación del modelo neoclásico fundamental. Al mismo tiempo, en principio apoyándose en este despliegue del nuevo institucionalismo, asistimos a un renovado interés académico por la aplicación de las ideas evolucionistas a la economía, que puede desembocar en una importante renovación metodológica del pensamiento económico al recuperar la noción de la economía como un sistema complejo con múltiples trayectorias para evolucionar.
Interpretaciones evolutivas de la historia económica Entre los enfoques dinámicos de la economía, los esquemas evolutivos han desempeñado un papel muy importante. Economistas destacados como Adam Smith, Federico List y Karl Marx manejaron interpretaciones evolucionistas de la historia económica que utilizaron para fundamentar sus teorías económicas.
Adam Smith aborda el problema del progreso económico en el libro tercero de La riqueza de las naciones,pero es en el libro cuarto donde plantea un análisis comparativo de los dos sistemas de economía política más importantes de su época: el sistema mercantil y el sistema agrícola. Haciendo gala de un amplio conocimiento de la historia económica europea, trata de demostrar la superioridad del sistema mercantil recurriendo a los ejemplos de España y Francia, que al seguir políticas mercantilistas que limitaban el libre funcionamiento de los mercados desaprovecharon importantes oportunidades de desarrollo en beneficio de Inglaterra, que adoptó políticas más liberales. [3]Sin embargo, el avance del sistema mercantil tampoco estuvo exento de obstáculos y la historia inglesa tuvo un papel determinante para que este país contara a mediados del siglo XVIII con condiciones más propicias para el desarrollo del sistema mercantil, como se desprende del análisis histórico de Smith, circunstancia que la mayor parte de sus seguidores pasó por alto al tratar de continuar con su obra.
Federico List tenía su propia interpretación evolucionista de la historia, según la cual las sociedades humanas deben pasar por ciertas etapas, de acuerdo con el tipo de actividades económicas que aportan su sustento material, hasta alcanzar el pleno desarrollo de sus fuerzas productivas. En este punto, List se apoyó en Saint-Simon, lo que explica que en su propuesta existan ciertas semejanzas con las ideas de Comte.
Federico List definió cinco etapas históricas de desarrollo: la primera correspondía a la barbarie, cuando los hombres viven de la caza y la recolección; la segunda era la etapa pastoril, en la cual el hombre aprende a domesticar ciertos animales y mantiene una vida seminómada, ya que a lo largo del año se desplaza de un lugar a otro dependiendo de las necesidades de sus ganados, pero con una clara tendencia a ir fijando sus campamentos estacionales; en la tercera etapa, la sociedad por fin se vuelve sedentaria con el descubrimiento de la agricultura y pueden prosperar las grandes ciudades; en la cuarta, el florecimiento de la vida urbana permite profundizar la división del trabajo y como consecuencia surgen diversos oficios encargados de proporcionar a la sociedad las manufacturas que demanda; finalmente, en la quinta etapa la producción de manufacturas alcanza tal grado de especialización que es posible pasar de la producción artesanal a la industrial, lo cual se traduce en la generación de un excedente de manufacturas que puede comercializarse en el exterior.
Aunque para List estas etapas definen el desarrollo histórico de todas las economías, el paso de una etapa a otra se puede retrasar o adelantar, dependiendo de las políticas económicas que se adopten, en particular con relación al comercio con otros países. List consideraba que el libre comercio puede acelerar el tránsito de la segunda a la tercera etapa y de ésta a la cuarta, pero puede retrasar indefinidamente la transición de las economías agrícolas y manufactureras a aquellas que logran incrementar en forma acelerada su comercio con el exterior mediante la exportación de manufacturas en gran escala.
En opinión de List, la única economía que había alcanzado la quinta etapa de desarrollo era Inglaterra, por lo que cualquier otro país que quisiera completar su proceso de industrialización para disputarle los mercados mundiales de manufacturas a los ingleses, tendría que adoptar políticas proteccionistas para desarrollar su industria nacional. Para List, el librecambismo inglés no era sino un reflejo de los intereses mercantiles ingleses, por lo que sus críticas a los economistas políticos clásicos ponían énfasis en el papel que desempeñaban sus políticas en la legitimación de la política económica inglesa y de sus aspiraciones hegemónicas sobre la economía mundial. El esquema de List refleja claramente una interpretación evolutiva y ascendente del desarrollo económico de la humanidad, desde las estructuras económicas más simples hacia las más complejas. Sin embargo, también identifica claramente los obstáculos que dificultan el tránsito hacia la última etapa y la manera de superarlos, recurriendo al Estado como instrumento para llevar a cabo las reformas económicas y sociales necesarias, en una actitud típicamente positivista.
Karl Marx propuso por su parte una interpretación de la historia económica evolutiva determinista, basado en una sucesión de modos de producción. Cada modo de producción se encuentra definido por las relaciones sociales que establecen los hombres para la reproducción de su existencia material, las que a su vez corresponden a cierto estadio de desarrollo de las fuerzas productivas. Cuando estas relaciones sociales de producción han agotado todas las posibilidades de desarrollo que ofrecían a las fuerzas productivas, se hace necesario un cambio dentro de las mismas que dé lugar a un nuevo modo de producción. Para Marx, el desarrollo de las fuerzas productivas es lineal y conduce necesariamente al capitalismo, a partir del cual el proletariado, al tomar conciencia de sus intereses de clase, puede acelerar el paso hacia la cúspide de la evolución productiva, el comunismo. [4]
La respuesta de autores como John Stuart Mill, el último de los economistas clásicos y en varios aspectos precursor de los neoclásicos, fue separar las leyes de la producción, a las que consideraba el corazón de la economía positiva, de las leyes de la distribución, a las que reconocía como determinadas por aspectos sociales e institucionales y, por lo tanto, susceptibles de ser analizadas y modificadas. Sin embargo, el predominio que alcanzó la economía neoclásica a fines del siglo XIX permitió que el problema de la distribución, planteado por Mill siguiendo la tradición clásica, fuera obviado al presentarlo como una variable dependiente del proceso de producción. De esta manera, la discusión abierta por Mill en sus Principios de economía política, con algunas de sus aplicaciones a la filosofía social no sería retomada por los economistas neoclásicos hasta el surgimiento de la economía del bienestar, a principios del siglo XX, y dentro de un enfoque fundamentalmente estático, consistente con el modelo de equilibrio general propuesto por Walras.
El absolutismo neoclásico Aunque aparentemente había una línea de continuidad entre el pensamiento clásico y el neoclásico, como lo sugiere el nombre que los economistas de este periodo se dieron a sí mismos (los nuevos clásicos) y del cual surgió la denominación de su corriente (la economía neoclásica), el cambio era mucho más profundo de lo que parecía a simple vista:
La escuela de la utilidad marginal en economía, que se desarrolló simultáneamente en Gran Bretaña, Austria y Francia hacia 1870 era, formalmente, distinguida y sofisticada, pero, sin duda, considerablemente más restringida que la vieja “economía política” (o incluso que la recalcitrante “escuela histórica de economía” alemana), y en ese sentido resultó un método de aproximación a los problemas económicos menos realista… Ya que el modelo básico de la economía parecía absolutamente satisfactorio, no dejó grandes problemas sin resolver, como los relacionados con el crecimiento, con una posible depresión económica o con la distribución de los beneficios. Tales problemas aún no habían sido resueltos, pero las operaciones automáticas de la economía de mercado (sobre la que, por consiguiente, se concentrarían los análisis en lo sucesivo) podrían hacerlo en la medida en que no estuvieron más allá de las posibilidades humanas. [5]
La segunda mitad del siglo XIX y sobre todo su último cuarto fueron por lo tanto un periodo de transición en el pensamiento económico, que coincidió con un fortalecimiento del conservadurismo político tanto en Europa occidental como en Estados Unidos, al mismo tiempo que tomaban fuerza las movilizaciones obreras en esos países y se difundía el pensamiento marxista. Las ideas dominantes, pertenecientes aún a la economía política clásica, fueron remplazadas progresivamente por los postulados de la nueva corriente.
Volviendo a León Walras, es importante destacar que en él encontramos un reconocimiento explícito de la complejidad de la ciencia económica. Si bien Walras reconocía en la economía política pura una ciencia físico-matemática, afirmaba que ésta no constituía toda la economía política, pero sí el núcleo duro de la disciplina:
El valor de cambio es, por tanto, una magnitud y, como hemos visto, una magnitud mensurable. Y si las matemáticas tienen como objeto general el estudio de las magnitudes de este tipo, es seguro que existe una rama de las matemáticas, desatendida hasta hoy por los matemáticos, y aún no elaborada, que es la teoría del valor de cambio. No sostengo… que esta ciencia constituya toda la economía política. La fuerza y la velocidad no constituyen toda la mecánica pura, ésta debe preceder a la mecánica aplicada. De igual forma, existe una economía política pura que debe preceder a la economía política aplicada, y la primera es una ciencia semejante a las ciencias físico-matemáticas en todos sus aspectos. [6]
La economía política aplicada, en opinión de Walras, no podía contradecir los postulados de la economía política pura, sino aplicarlos. Dicho de otra forma, la ciencia de la economía política estaba constituida por un núcleo conceptual que no estaba sujeto a comprobación y al cual es posible llegar por medio del método matemático. Pero como el propio Walras señala en seguida, el método matemático no es el método experimental,sino el método racional.En ese sentido, las ciencias matemáticas en opinión de Walras “sobrepasan las fronteras de la experiencia, de la que han tomado sus tipos. Estas ciencias abstraen de los tipos reales los tipos ideales que definen y, sobre la base de estas definiciones, construyen a priori todo el andamiaje de sus teoremas y demostraciones. Tras esto, retornan a la experiencia, no para confirmarlos, sino para aplicar sus conclusiones”.
Como es fácil percibir, ése sigue siendo el método que caracteriza la teoría económica dominante. Aun cuando haya diferencias notables entre los planteamientos de Walras y Marshall y numerosas polémicas dentro de las diferentes ramas de la economía neoclásica, todas comparten la idea de que existen ciertos principios de aplicación general basados en un modelo de elección racional que en todo momento tiene como objetivo la maximización de la utilidad de los individuos sujeta a restricciones.
La segunda mitad del siglo XIX se caracterizó, en el ámbito del pensamiento económico, por una gran actividad intelectual, que provocó varios debates entre los defensores del relativismo y del absolutismo en la definición de la estructura conceptual de la nueva disciplina. Una de las polémicas más célebres fue la que protagonizaron Carl Menger y los historicistas alemanes, capitaneados por Gustav Schmoller. En 1883 ambos personajes protagonizaron la llamada “batalla de los métodos” (methodenstreit).Mientras que Schmoller sostenía que el método histórico era el único relevante para analizar a la sociedad y criticaba el análisis de los austriacos de la conducta de los individuos caracterizada como un problema de maximización de la utilidad o del placer sujeta a restricciones, Menger defendió el modelo de elección racional como piedra angular de la economía. En opinión de Menger, la ciencia económica debía centrarse en encontrar conceptos y procedimientos válidos en cualquier sociedad y momento histórico.
La búsqueda del interés individual seguía siendo, como en Adam Smith, la característica principal del comportamiento económico del individuo, pero el análisis se ampliaba para incluir el problema de la maximización sujeta a restricciones presupuestales y tecnológicas, suponiendo que los agentes cuentan con información perfecta. Desde la perspectiva individualista y subjetiva de Menger, la conducta de los individuos es la verdadera esencia de los fenómenos económicos, por lo que una teoría basada en un modelo que explique las decisiones económicas de los individuos es válida para todo lugar y momento. De esta forma, la teoría económica recuperaba su autonomía, severamente cuestionada por la escuela histórica alemana y por los socialistas utópicos franceses, al mismo tiempo que limitaba su campo de estudio para prescindir de elementos éticos o políticos y centrarse únicamente en el comportamiento del hombre como agente económico, el llamadoHomo economicus.
Institucionalismo, nuevo institucionalismo y evolucionismo económico Aunque los historicistas alemanes e ingleses criticaron a Walras y a Menger, la reacción más importante al absolutismo neoclásico en ascenso provino de Estados Unidos. Fue el economista y sociólogo norteamericano Thorstein Veblen quien marcó el inicio de una nueva corriente del pensamiento económico, que trató de recuperar el papel que pueden desempeñar otras variables que los neoclásicos habían dejado de lado en su teoría. En su opinión, el problema fundamental de los economistas era que estaban obsesionados por la invariabilidad de los fenómenos económicos y, por consiguiente, perdían de vista el que debía ser en su opinión el principal objetivo de la ciencia económica: comprender cómo cambia la acción humana a lo largo del tiempo y cómo ha dado diferentes respuestas a problemas similares conforme avanzan la tecnología y la complejidad de las instituciones que organizan a la sociedad. En síntesis, la economía es para Veblen una ciencia histórica y no una ciencia matemática como la concebía Walras:
Cualquier ciencia, como la economía, que trate de la conducta humana, se convierte en una investigación genética del esquema de vida humano; y cuando, como en economía, el tema de estudio es la conducta del hombre en sus contactos con los medios materiales de vida, la ciencia debe ser necesariamente una investigación de la historia de la civilización material [7]
Veblen estaba convencido de que la economía era mucho más que el estudio del funcionamiento de los mercados y la determinación de los precios. En su opinión, la acción humana en todas sus facetas era el campo de estudio de los economistas, ya que todo científico social debe estar consciente de la complejidad de las relaciones de los hombres con otros hombres. Desde esta perspectiva, el mercado no solamente no es la única arena de la acción económica, sino que en otras sociedades ni siquiera ha sido la más importante. Ése ha sido el caso de todas aquellas formaciones sociales en las que la mayor parte de los recursos se han asignado por fuera de los mercados. Dicho de otra forma, el modelo económico válido para una época no se aplica necesariamente para las demás.
Veblen se oponía a una interpretación determinista de la historia económica. En ese sentido, es posible afirmar que si bien era un evolucionista, su idea de la evolución no era lineal ni mecanicista, sino accidentada e indeterminada. Veblen estaba en contra del darwinismo social y de las ideas de Spencer sobre la evolución. Para Veblen, la evolución no siempre lleva a una mejora de las condiciones materiales de existencia y, de hecho, puede producir a su vez problemas que requieren respuestas por parte del Estado, ya que el progreso tecnológico y el mercado proceden de manera ciega en lo que respecta a los intereses del conjunto de la sociedad, a diferencia de lo postulado por la mano invisible de Adam Smith, que sostenía que el mercado armoniza los intereses individuales con las necesidades sociales. En suma, el planteamiento de Veblen recupera el papel central del hombre en el proceso histórico, que permanentemente crea nuevas posibilidades de desarrollo que, a su vez, generan nuevos problemas, que deben ser resueltos por medio de instituciones creadas ex profeso para ello.
El nuevo institucionalismo retoma algunas ideas del primer institucionalismo norteamericano, pero trata de reconciliarlo con la economía neoclásica, al asumir que el modelo de elección racional que maximiza la utilidad de los individuos es un criterio de racionalidad económica válido para todo lugar y momento históricos, algo muy alejado de los cuestionamientos fundamentales de Veblen al absolutismo neoclásico. Por el contrario, el evolucionismo económico tendrá que plantear nuevamente la discusión acerca de la temporalidad de las estructuras y los comportamientos económicos.
La economía evolucionista sostiene la necesidad de la renovación metodológica del análisis económico como requisito necesario para poder corregir errores inherentes al núcleo duro de la economía neoclásica. Está de acuerdo con la importancia de las instituciones en el desempeño económico, pero no reconoce una trayectoria única de desarrollo posible hacia la cual habría que dirigir todos los esfuerzos institucionales (el despliegue y la profundización de las relaciones mercantiles). Por el contrario, asume la necesidad del análisis de situaciones históricas concretas de desarrollo para poder extraer mayores elementos que permitan determinar la importancia de otros factores (físicos y culturales) en el proceso de desarrollo. Reconoce que las diferencias en los niveles de desarrollo de los países no son atribuibles única o principalmente a su renuencia para seguir el modelo neoclásico de desarrollo, sino a muchos otros factores que pueden incluir la instrumentación de políticas económicas inadecuadas para su grado de desarrollo o su estructura productiva. Más aún, la persistencia en un modelo de desarrollo que responde a ciertos intereses económicos y políticos (la dependencia de la senda), a pesar de sus malos o claramente insuficientes resultados, tiene un papel importante en la explicación del atraso de varios países. En síntesis, aunque en pleno desarrollo, la agenda del evolucionismo económico es más amplia que la del nuevo institucionalismo y no rehúye la discusión de las premisas fundamentales del pensamiento económico dominante.
Hasta ahora no han aflorado abiertamente los límites y las contradicciones entre institucionalismo y evolucionismo. Sin embargo, es inevitable que éstos surjan de un momento a otro. La resistencia del nuevo institucionalismo a cuestionar el absolutismo intertemporal de la economía neoclásica, hace previsible una fractura que ya se advierte entre neoinstitucionalistas y evolucionistas. Suponer, como Walras, que la economía en tanto construcción racional está por encima de los cambios que han tenido lugar en las estructuras económicas, políticas y sociales, por no hablar ya de las innovaciones tecnológicas, va en contra de la idea misma de evolución. Suponer que hay una única forma de racionalidad económica que no se ve afectada por el devenir histórico, va en contra de la evidencia empírica, que muestra que las sociedades humanas han tenido a lo largo del tiempo diferentes formas de organizar y atender sus prioridades materiales y espirituales.
En síntesis, es previsible que en las próximas décadas asistamos a un nuevo debate en la historia del pensamiento económico, tanto más necesario en la medida en la que la ortodoxia económica se revela cada vez más insuficiente para explicar los fenómenos que ocurren en un mundo más complejo e interdependiente, donde los mercados competitivos son la excepción y no la regla, donde la información asimétrica impone costos de transacción cada vez más altos y donde las instituciones desempeñan un papel decisivo ya sea para mejorar o para empeorar el funcionamiento del sistema económico. La creciente complejidad de los sistemas económicos y la multiplicidad de combinaciones entre Estado y mercado que han permitido alcanzar resultados satisfactorios en diferentes países y que corroboran la existencia de múltiples alternativas, deberán llevarnos a replantear los dogmas de la ortodoxia económica. En el debate que se avecina, el evolucionismo económico tendrá mucho que decir.
Bibliografía
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  • Teoría de la empresa de negocios (traducción de Alberto Tripodi), Buenos Aires, Eudeba, 1965.
  • Walras, León, Elementos de economía política pura, o teoría de la riqueza social, Madrid, Alianza Editorial, 1987.

Notas

[1] *Profesor de tiempo completo, Facultad de Economía, Universidad Nacional Autónoma de México.
[2] 1 León Walras, Elementos de economía política pura, o teoría de la riqueza social, Madrid, Alianza Editorial, 1987, p. 162.
[3] 2 Adam Smith, Investigación sobre la naturaleza y causa de la riqueza de las naciones, México, Fondo de Cultura Económica, 1958, pp. 377-613.
[4] 3 Karl Marx, “Prólogo de la Contribución a la crítica de la economía política” en Obras escogidas, Moscú, Editorial Progreso, pp. 181-185.
[5] 4 Eric Hobsbawm, La era del capital, 1848-1875, Barcelona, Crítica Grijalbo Mondadori, p. 271.
[6] 5 León Walras, op. cit., p. 162.
[7] .6 Citado por Ben B. Seligman, Principales corrientes de la ciencia económica moderna,Barcelona, Oikos-Tau, 1967, p. 174.