La necesidad de los hábitos y las reglas

Esta sección amplía más el argumento demostrando como individuos racionales
dependen en hábitos y en reglas. La prominente idea del individuo maximizando
utilidades ha permitido a economistas ignorar los procedimientos y las reglas conocidas
o inconcientes que utilizan los agentes. La mayoría de las explicaciones del
comportamiento, incluyendo la conducida por el role y lo habitual, pueden ser
abarcadas dentro del marco de la maximización de las utilidades. Por consiguiente, los
temas psicológicos subyacentes y otras explicaciones, han sido ignoradas en su
mayoría. El supuesto del agente “racional” circundante parece ser suficiente.
Sin embargo, aquí lo contencioso, concierne la primacía explicativa del hábito sobre la
concepción circundante del comportamiento racional. Empezamos planteando la
cuestión: bajo qué circunstancias es necesario o conveniente para un agente apoyarse
en hábitos y reglas? [18] La cuestión de cómo los hábitos y las reglas son repetidos y
transmitidas en sociedad se elude aquí para concentrarnos en una situación de la
decisión que da lugar a su utilización. Se argumenta que incluso la optimización
requiere del uso de reglas, y por esta razón la corriente principal de la economía no
puede ignorar legítimamente estas cuestiones. Esto sugiere que un análisis detallado
de la evolución de hábitos específicos y de reglas –incluyendo el agente pecuniario
racional en una economía de mercado-, debe ser incorporada en el centro de la
economía y la teoría social.
Las reglas son patrones de pensamiento condicionados o incondicionados o
comportamiento que puede adoptarse ya sea conciente o inconcientemente por los
agentes. Generalmente las reglas tienen una forma: en circunstancias X, realiza Y. Los
hábitos podrían tener una cualidad diferente: seguir las reglas podría ser algo conciente
y deliberativo mientras que la acción habitual, característicamente, no se examina.
Las reglas no tienen necesariamente una cualidad auto-actuantes (“selfactuating”), o
automáticas, sino que claramente por aplicación repetitiva, una regla puede convertirse
en un hábito. A menudo es más fácil romper una regla, que cambiar un hábito debido a
que nuestro conocimiento de nuestros propios hábitos es a menudo incompleto; tiene
una característica auto-actuante, estableciéndose en áreas subliminales de nuestro
sistema nervioso. Sin embargo, los hábitos todavía tienen la misma forma general: en
circunstancias X, sucede la acción Y. Una cuestión familiar de controversial duración,
es el tema de hasta qué punto las técnicas de optimización son operacionales a las
situaciones de las decisiones en el mundo real. Mucho de la economía moderna se
funda sobre el supuesto de que los son. Si se excluyen los supuestos de la información
perfecta, se asume típicamente que la ambigüedad o los problemas complejos de
decisiones aún pueden acomodarse utilizando probabilidades. Contra esto, un número
de críticos ha argumentado que una proporción significativa de los problemas de
decisiones no es adaptable a técnicas probabilísticas u otras (por ejemplo, Veblen
1919; Keynes 1937; Simon 1957, 1979).
A. La optimización y las reglas
Sin embargo, aquí debemos dejar a un lado esta bien conocida controversia, para
concentrarnos en situaciones de decisiones (grandes o pequeñas) en las cuales la
acotada optimización podría ser posible. Consideremos los problemas de la
optimización matemática y sus soluciones. Los procedimientos de la programación
lineal y el calculo diferencial, por ejemplo, sostienen métodos de optimización con
reglas estrictas. Los procedimientos de optimización siempre suponen reglas: a saber
las reglas de la computación y de la optimización.[19] Algunas veces las descripciones
convencionales descuidan la necesidad universal de reglas de cálculo para alcanzar lo
óptimo. Una de las razones se debe a que los procesos de optimización a menudo se
confunden con los resultados óptimos. Sin embargo, afirmaciones sobre las
condiciones de equilibrio no son la misma cosa que la especificación de los
procedimientos algorítmicos u otros requeridos para alcanzar el equilibrio: el resultado
no es lo mismo que el proceso. Otra razón para el descuido es la creencia generalizada
que la optimización supone una elección y seguir las reglas lo niega. Por el contrario,
como se argumentó anteriormente, la optimización mecánica excluye una genuina
elección.
Todos los procedimientos explícitos de optimización suponen reglas. Esto hace surgir
la cuestión importante, pero secundaria, sobre su origen. Es de notar que la misma
optimización no puede proveer una explicación completa ya sea del origen de las
reglas o de la adopción del comportamiento guiado por reglas. Como toda optimización
supone reglas intrínsecas, la idea de explicar todas las reglas sobre la base del
comportamiento optimizante de los agentes supone un razonamiento circular y por
tanto mal concebida. Por tanto, la pregunta “ de donde provienen las reglas originales?”
permanece, y no puede responderse completamente en términos de la misma
optimización. Es necesario considerar explicaciones adicionales de su génesis, por lo
menos para suplir el cuento de la optimización. En la búsqueda de esta “primera causa”
estamos obligados a considerar explicaciones, alternativas a las de la optimización,
sobre la dependencia del individuo en reglas. También esta el caso del optimizador
intuitivo, con destrezas tácitas. Aunque las destrezas podrían no ser codificables, están
empotradas en hábitos de la misma forma general: en circunstancias X, realiza Y.
Igualmente, la formación de estos hábitos no pueden explicarse solamente por la
optimización, sin referirse a otras reglas, hábitos, o instintos que conducen a su origen.
Esta dependencia primaria sobre los hábitos o reglas limita el ámbito de la optimización
racional. La racionalidad siempre depende de hábitos previos o reglas en los cuales se
apoyan (Hodgson 1988). Por lo tanto, la sola optimización racional no puede proveer la
completa explicación del comportamiento humano e instituciones que algunos teóricos
parecen estar en búsqueda. Dado que la ciencia social requiere algo más que esta idea
poderosa como su núcleo, se puede argumentar de que debemos apoyarnos en
especificaciones del comportamiento más complejas, contingentes y multifacéticas.
Como resultado, la economía neoclásica puede considerarse como un caso especial y
(altamente) restringido de la “antigua” economía institucional, que aceptaba la
ubicuidad de los hábitos y las reglas. En contraste a su imagen como miopes y
antiteóricos, recolectores de datos, los institucionalistas tienen el potencial de alcanzar
un elevado nivel de generalidad teórica. Winter ha argumentado que la economía
neoclásica es un caso especial de la economía conductista. Además, podemos concluir
que tanto la economía conductista y la economía neoclásica son casos especiales de la
economía institucional. En sus fundamentos, la economía institucional tiene una
generalidad mayor y abarca a la economía neoclásica como un caso especial.
B. La ubicuidad de los hábitos y las reglas
La importancia de los hábitos y las reglas se subraya con consideraciones de tipos de
situaciones de decisiones u otro procedimiento que el de optimización, tales como la
confección de las decisiones en un contexto de complejidad o de incertidumbre. En lo
particular, Ronald Heiner (1983) ha demostrado que los individuos están obligados a
apoyarse en procedimientos relativamente simples y en reglas de las decisiones de
tales situaciones. Existen argumentos largos y establecidos de que los individuos
deben apoyarse en “convenciones” o “reglas de dedo” en situaciones de radical
incertidumbre (Keynes 1937; Simon 1957).La habilidad de utilizar las reglas también
supone hábitos adquiridos. Los hábitos se utilizan incluso por las empresas y los
individuos que de algún modo intentan la optimización. Como el “antiguo” economista
institucionalista John Maurice Clark (1918, p. 26) afirmaba: “ Es solamente con la ayuda
del hábito que el principio de la utilidad marginal se aproxima a la vida real”. Es un
precepto (“tenet”) institucionalista que el hábito tiene una primacía ontológica y
explicativa sobre la elección racional. Una vez más, esto implica un nivel de
generalidad mayor para el núcleo del enfoque institucional. [20]
En la práctica, el agente humano no puede ser un “calculador supersónico” (“lightning
calculator”), (Veblen 1919, p. 73), que encuentra sin esfuerzos, rápidamente, e
inexplicablemente lo óptimo, así como nosotros podemos fácilmente localizar el punto
inferior de la curva U de un diagrama en un simple libro de texto. Incluso con
información dada y sin incertidumbre, los problemas complejos de optimización
típicamente suponen dificultades no sólo de especificaciones, sino también de
computabilidad. Los sistemas artificiales inteligentes, incluso en ambientes de
complejidad moderada, requieren marcos de procedimientos “heredados” para
estructurar la entrante información (Zenon Pylyshyn 1986).
C. La evolución y los límites a la racionalidad.
Es sorprendente que los desarrollos recientes en la psicología evolutiva apoyan
fuertemente la idea del “antiguo” institucionalismo sobre la primacía de los hábitos. El
argumento clave en esta literatura es que los postulados respecto las capacidades
racionales del cerebro humano debe dar una explicación de su evolución según los
principios de la biología evolucionista. Lo que podría denominarse El Principio de la
Explicación Evolucionista exige que cualquiera de los supuestos del comportamiento en
las ciencias sociales deben poder explicarse, a su vez, sobre la base de líneas
evolucionistas (Darwinianas).[21]Sin embargo, el trabajo empírico y teórico de los
psicólogos evolucionistas modernos, sugiere que, incluso en organismos altamamente
inteligentes, es muy improbable que la racionalidad global emerja por medio de la
evolución. En otras palabras, los estándares supuestos del actor racional no satisfacen
el Principio de la Explicación Evolucionista. Desde el punto de vista evolucionista de la
inteligencia se reconoce que el conocimiento tácito y el aprendizaje implícito de
carácter habitual, son omnipresentes incluso en los animales superiores, incluyendo los
humanos. Esto se debe a que los niveles superiores de deliberación y de conciencia
son advenimientos recientes en la escena evolutiva y sin duda llegaron después del
desarrollo de los mecanismos más básicos de la cognición y del aprendizaje en los
organismos. Si esto es así, muchos de nuestros procesos cognitivos que han
evolucionado deben de poder funcionar debajo del nivel de la plena deliberación y del
conocimiento.
Cosmides y Tooby (1994a) postulan que la mente está llena de enigmas con circuitos
funcionales específicos. Esto contrasta con lo que ellos describen como “El Modelo
Standard de las Ciencias Sociales”, donde la mente resguarda procesos cognitivos
generales –tales como “el razonamiento”, “la inducción” y “el aprendizaje”-
“independientes del contexto”, “campos generales”, y “libre de contexto”. Ellos
muestran que este punto de vista general abstracto de la mente es difícil de reconciliar
con la moderna biología evolucionista, dando evidencia experimental para apoyar su
argumento.
Un argumento clave es el de que las técnicas de optimización para muchos fines, son
de difícil construcción y de utilización. Primero, lo que cuenta como comportamiento de
adaptación o (cercanamente) óptimo, difiere notablemente entre una y otra situación.
Segundo, “La explosión combinatoria paraliza incluso los sistemas de campos
generales cuando se enfrentan a la complejidad del mundo real. A medida que la
generalidad se incrementa agregando nuevas dimensiones a un espacio problemas o
nuevos puntos de los ramales de un árbol de decisiones, la carga computacional se
incrementa con una rapidez catastrófica (Cosmides y Tooby 1994a, p. 56). Tercero, la
generalidad de los mecanismos con muchos fines mina su actuación: “cuando el
ambiente no tiene guías, lo mismo será para el mecanismo. Los mecanismos de
campos específicos no están limitados de esta forma. Ellos se pueden construir para
llenar los huecos cuando la evidencia perceptiva está ausente o difícil de obtener.” (p.
57). Como resultado: “La mente es probablemente más como una navaja del ejercito
Suizo que un cuchillo para muchos fines.” (p. 60). En términos evolucionistas, el tiempo
“martilla la lógica en los hombres”. Cosmides y Tooby produjeron evidencia de que los
humanos no son por lo general buenos en resolver problemas generales lógicos. Sin
embargo, cuando estos problemas son reformulados en términos de interacciones
sociales, nuestra habilidad para resolverlos se incrementa notablemente, a pesar del
hecho de que la estructura lógica del problema no ha cambiado. Esto es una clara
evidencia de un diseño especial en el cerebro, en lugar de nuestra habilidad para
resolver problemas generales lógicos. [22] Las teorías del comportamiento humano
debe ser consistente con nuestro entendimiento de los orígenes evolutivos: “El cerebro
humano no cayó del cielo, un artefacto inescrutable de origen desconocido, y ya no
existe una razón aparente para estudiarlo en ignorancia de los procesos causales que
lo construyeron” (Cosmides y Tooby 1994a, p. 68). Aplicado a la economía este mismo
principio establece la insostenible del supuesto prominente “que el comportamiento
racional en el estado de la naturaleza, no requiere una explicación” (Cosmides y Tooby
1994b, p. 327). Si ha de presuponerse el comportamiento racional, entonces su
evolución debe explicarse. La reintroducción de los conceptos del hábito y del instinto
en una teoría del comportamiento humano ayuda a proveer una base sobre la cual
puede construirse una teoría de las instituciones. Hemos demostrado que la
fundamentación de tal teoría sobre la idea de un racional, individuo dado, no es exitoso,
ni sostenible en términos evolucionistas. La introducción del hábito y del instinto provee
una consistencia entre los niveles de análisis socioeconómicos y bióticos,
estableciendo un importante vínculo entre el mundo socioeconómico y el natural. La
elipse institucional acción-información ya no flota en el vacío: tiene una fundamentación
biótica.
Esto no significa que la explicación de los fenómenos socioeconómicos debe realizarse
en términos biológicos. La realidad socioeconómica tiene propiedades emergentes que
desafían tal reducción. Esos son niveles de análisis diferentes, pero en última instancia,
proposiciones de un nivel sí tienen que ser consistentes con los del otro. Esta es la
razón principal por lo cual la economía debe tomar en consideración a la biología
evolucionista. (Hodgson 1993).