De la Seccion Económica :: "Todo marcha... la bronca es cómo"

El PIFI bajo la mirada del neoinstitucionalismo económico. El desarrollo ya no se concibe como un proceso de acumulación de capital sino como un proceso de cambio organizacional.El presente ensayo aborda la pregunta propuesta para “Primer Trabajo” bajo el enfoque de la teoría del desarrollo institucionalista y analiza, brevemente, el Programa Integral de Fortalecimiento Institucional (PIFI), que afecta a las instituciones de educación superior (IES) del país. Para este trabajo, a pesar de sus limitaciones (expuestas a continuación), el autor considera que hay suficiente información como para ofrecerle al lector (especialmente al lector no familiarizado con los conceptos aquí propuestos) una idea clara de lo que cada sección plantea.Este documento está dividido en tres secciones (excluyendo la introducción, a.): i) un resumen explicando la teoría del desarrollo institucionalista, tomándo como vía para esto una perspectiva histórico-conceptual; ii) la explicación, también histórico-conceptual, del programa a analizar (PIFI); y iii) la evaluación de dicho programa bajo la perspectiva del desarrollo institucionalista, tomándo en cuenta características generales de la teoría, y una breve conclusión. El autor siente necesario aclarar que la cantidad de literatura y tiempo disponible para realizar este trabajo—cuando uno los combina—no son los más adecuados para explorar el tema a profundidad. A lo que aspira este documento es, más que nada, a un análisis de limitada profundiad respecto al PIFI, bajo una perspectiva obligatoriamente sesgada del institucionalismo, ya que ésta perspectiva económica tiene suficientes variantes y vertientes como para cambiarle la perspectiva al estudioso de ella casi en su totalidad.El autor acepta también grandes huecos en la literatura, especialmente con respecto a los trabajos de Rubio Oca (2006; 2006), Ramiro et. al. (2010), Castillo (2004) y Ejea Mendoza (2008), en relación al desempeño del PIFI, así como en los textos de North (1990), Campbell (2004) y Roland (2004), para explicar la teoría del desarrollo institucionalista en su complejidad. Dicho esto:i. La perspectiva institucionalista. El concepto de institucionalismo viene formándose como consecuencia de la siempre-creciente importancia asignada a las grandes instituciones sociales, tales como el Estado, la burocracia, los partidos políticos, etc., desde principios del siglo xx (Arizmendi: 1982; Gruchy: 1978; Peters et. al.: 2005). Los primeros autores en hablar formalmente de institucionalismo fueron los llamados “de la generación pre-1939”, e incluye a Veblen, Clark, Mitchell y Commons; luego vino la segunda guerra mundial y arrojó la llamada “generación pos-1945” del institucionalismo, que incluye a autores como Galbraith, Myrdal, Copeland, Colm y Ayers (Gruchy, 272). Finalmente, autores como North, Borner, Bates, Coase, Hall, March y Olsen constituyeron lo que hoy se conoce como nuevo institucionalismo o neoinstitucionalismo—a pesar de que algunos, como Coase, nacieron a principios de siglo—, siendo los últimos cuatro los precursores de los primeros tres (Rojas: 2010; Peters et. al.: 2005; Portes: 2008). Según Allan Gruchy, los principios del institucionalismo se basan en una perspectiva de la economía como proceso evolutivo, afectada por una fuerte “planeación nacional” de políticas públicas (274). Como señalan Peters, Pierre y King, en la literatura del institucionalismo histórico se asume una postura bajo la cual los sistemas creadores de políticas, compuestos principalmente por Estados, son conservadores y buscan maneras de “defender” y sostener los patrones de comportamiento y estructura organizacional de sus políticas (1276). Peters et. al. señalan también que los conceptos de equilibrio y estabilidad han sido claves para llegar a lo que se entiende por consenso social (1275). Asimismo, ésta valoración de equilibrio y estabilidad está relacionada a la idea de un rational choice analysis, el cual asumen los institucionalistas natural en los individuos, y el cual está relacionado a la idea del consenso social como la acción más racional de todas (Peters et al., 1275; Rojas: 2010). Según Michael Blim (2000), un actor es racional cuando considera y “promueve los intereses de sus parientes, amigos, grupo, y firma” (29). A pesar de esto, atribuirle racionalidad a toda acción económica, como afirma la teoría del desarrollo institucionalista, tiene que estar limitada por las características del lugar y el período en donde se ejerce cualquier tipo de acción (Blim, 30). Para Peters y colegas, el institucionalismo histórico asume una postura de cambio gradual sobre las políticas públicas, caracterizada por largos períodos de tiempo en el cual las instituciones desarrollan lo que se denomina en la literatura como path dependency (una “dependencia” a la “vereda”), sujeta a cambios solamente a través de “momentos formativos turbulentos” (como reformas, guerras y revoluciones), en los cuales objetivos y prioridades de una administración cambian, y por ende sus políticas institucionales (Peters et. al., 1276). Bajo este marco de referencia, los institucionalistas históricos asumen que lo racional es aquello que promueve estabilidad y equilibrio, como se había mencionado antes. De esta forma, el institucionalismo histórico asume una postura estructuralista. Sin embargo, ésta rigidez estatal, burocrática, valorativa, etc., ignora sutiles procesos de cambio social que tienen mucha más importancia de la que los teóricos tradicionales le han otorgado (Peters et. al., 1278). Como señalan Thelen y Steinmo: “Las instituciones que están en el centro del análisis institucionalista histórico—desde sistemas de partidos políticos hasta las estructuras de intereses económicos tales como asociaciones de negocios—pueden dar forma y contener estrategias políticas de manera importante, pero ellas mismas son también el producto (conciente o sin intención) de estrategias políticas deliberadas, de conflicto político y de elección” (en Peters et. al., 1282: traducción del autor). La perspectiva de las instituciones como seguidoras de una “vereda” indefinida y “dependientes” de ella (instituciones path dependent), tal como asumen los institucionalistas históricos, es bastante superficial y pierde fuerza cuando de explicar procesos de cambio se trata (Peters et. al.: 2005). Esta teoría, como señala John Campbell (argumentado en voz de Alejandro Portes), tiene entonces la tendencia de asumir que “lo que existía ayer determina en gran parte lo que ocurre hoy y lo que es probable que ocurra mañana” (Portes, 490), sin ofrecer una postura ni una metodología empírica para analizar el cambio gradual de políticas institucionales.Los neoinstitucionalistas, por otra parte, abogan que la relación entre instituciones e individuos es mucho más dinámica y compleja de lo que los institucionalistas históricos comprenden (Peters et. al.: 2005; Portes: 2007; Blim: 2000; Cornfold:). Peters, Pierre y King, los tres científicos políticos, mencionan cuatro importantes defectos en la teoría tradicional: 1) el institucionalismo histórico, como ya hemos visto, no considera el cambio político gradual; 2) el institucionalismo histórico “tiende a identificar a las políticas públicas escogidas como las más lógicas y racionales dentro de un período de tiempo”, a pesar de que esto puede no ser cierto (1277); 3) el institucionalismo histórico no toma en cuenta el constante conflicto político que existe en las sociedades; y 4) el institucionalismo histórico no puede explicar cambios políticos ni de políticas institucionales si no es de manera abrupta y de ruptura. Los neoinstitucionalistas, entonces, en oposición a los históricos, necesitan un concepto diferente sobre lo que implica el rational choice y lo que significa ser racional, ya que en un sistema estructural rígido—como el de los históricos—el concepto de elección, en general, se ve afectado negativamente, pues la racionalidad de una acción está limitada por el contexto social (Portes: 2007). Los “actores creativos” (como los partidos políticos), asumen entonces un rol (definido como una serie de “comportamientos prescritos para quienes ocupan posiciones sociales particulares” [Portes, 480]) de mayor relevancia, pues el desacuerdo entre una población y una política institucional es necesario para explicar cambios de política institucional a corto, mediano y largo plazo sin la necesidad ontológica de una ruptura mayor (Peters et. al.). Como plantea Portes, “no es cierto que, una vez establecidas las reglas institucionales, los ocupantes de un rol las sigan ciegamente. Por el contrario, las modifican, las transforman y las evitan continuamente en el curso de su interacción cotidiana” (483).De trascendencia para el nuevo institucionalismo es contar ahora, al menos, con la idea de que sólo a través de la explicación complementaria de los pequeños fenómenos de cambio institucional, se puede llegar a una posición clara para estudiar el presente y el futuro. Si no se toman en cuenta los detalles, dicen los neoinstitucionalistas, sólo se conoce el cambio social institucional históricamente; y cualquier cambio en el futuro se vuelve imposible de predecir—a menos que se avecine una revolución. En contraste, si se toman en cuenta los procesos políticos menores, se puede llegar a una comprensión menos vaga de la realidad social-institucional y, esperanzadamente, se puede llegar también a una predicción acertada del cambio (Peters, et. al.). “En un intento de aclarar el significado del concepto, Roland [2004] elaboró una tipología que distingue entre instituciones slow-moving (como la cultura) e instituciones fast-moving (como las normas legales y los libretos organizativos)” (Portes, 477). Las instituciones de movimiento lento, entonces, son instituciones difíciles de cambiar, mientras que las instituciones de movimiento rápido pueden ser alteradas de manera más sencilla. Si se quiere exportar una idea en relación a algún cambio institucional norte-sur—por ejemplo, algún intercambio tecnológico—, se tiene que tomar en cuenta el tipo de institución meta, ya que, como Portes dice que Roland dijo: políticas adoptadas del extranjero chocarán con instituciones locales de movimiento slow, que incluyen “las estructuras de poder arraigadas”, así como las normas sociales (Portes, 477). En este sentido, las normas sociales, adecuadas siempre a una jerarquía (normalmente tradicional), se asocian a los roles. Por otra parte, a la adopción de políticas o ideas relacionadas al cambio institucional de un sistema hacia otro, dice Campbell, se le llama “difusión”, y se da mucho más, como hemos ejemplificado arriba, de norte a sur; especialmente políticas institucionales de Estados Unidos dirigidas a países considerados “débiles” (Portes, 490). Finalmente, Portes distingue cinco “fuerzas que influyen en las instituciones y [las] llevan a su transformación” (492) bajo las cuales se basará el análisis de la política pública escogida para este ensayo. No obstante, para dicho análisis sólo tomaremos en consideración cuatro[1]:1) “La dependencia de la trayectoria, que produce el cambio evolutivo en el nivel institucional más visible.2) “La difusión, que también lleva al cambio evolutivo y a veces al cambio ‘intermitente’ [así define punctuated Portes] en los niveles intermedios de la cultura[2].3) “Los avances científicos y tecnológicos, que afectan el repertorio de habilidades culturales y el orden normativo[3]. 4) “Las luchas entre elites y de clase que tienen el potencial para transformar la distribución del poder” (Portes, 492).Ya identificadas entonces las formas de cambio del neoinstitucionalismo bajo las cuales evaluaremos, pasamos a explicar qué es y cómo funciona el Programa Integral de Fortalecimiento Institucional (PIFI) como política pública en el contexto de las IES mexicanas.ii. La (resumida) historia y carrera del PIFI---------------------------------------------------[1] La quinta fuerza que incluye Portes es la de la “profesía carismática—religiosa o secular—capaz de transformar el sistema de valores y, por ello, el resto de la cultura” (Portes, 492).[2] En otros textos académicos se define a la “difusión” como “isomorfismo mimético” (Hartley: 2003).[3] “De manera crucial en el contexto de la tradición económica institucionalista—escribe Andrew Cornford—, se necesita reconocer el papel que ha jugado la ciencia y la tecnología” respecto al cambio (Cornford, 1226: traducción del autor).

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